Una pontevedresa en el Fin de Año de Times Square
Por Amalia Enríquez
New York es mucho más que una canción mítica de Sinatra. Esta ciudad es el adalid de muchas experiencias, vivencias inolvidables, momentos que marcan una vida y, también, ese lugar perfecto para pasar esa página vital que te falta para acabar el libro. Cualquier disculpa es buena para acercarse a la ciudad que nunca duerme.
He perdido ya la cuenta de las veces que he venido a la Gran Manzana. Sí recuerdo que la primera fue con Isabel Pantoja, en una gira por tierras americanas. Actuó en el Madison Square Garden cuando era un hito hacerlo allí. Sólo los elegidos como Julio Iglesias, Plácido Domingo o Raphael habían pisado antes ese escenario, muy dosificado para los artistas españoles. Luego, por fortuna, han sido unos cuantos más los que han podido llenar el aforo de tan reputado lugar.
Recuerdo que la ciudad me impactó. Esos rascacielos sin fin rozando casi el firmamento, el carrusel de luces de colores que, ni de noche se apagan en las oficinas de Manhattan, sus genuinos taxis amarillos, el manantial de razas por sus calles, la oferta cultural sin límite. Descubrí una ciudad viva y, también, muy independiente. Me habían dicho que el neoyorkino siempre va a lo suyo, que es competitivo y que no se pararía ni ante un hombre desmayado en plena 5ª Avenida. Esa frialdad sí es algo que pude comprobar en sucesivas visitas y, tal vez, es lo que menos me agrada de esta ciudad que cada día me conquista más.
Si bien es verdad que siempre digo que me encanta venir a New York sabiendo que vuelvo a casa, no me importaría pasar una temporada trabajando. Creo que la adrenalina que aquí se consume puede tener su lado terapéutico, didáctico y, por consiguiente, muy beneficioso para la experiencia vital. De momento, me conformo con los viajes esporádicos que, por trabajo u otros motivos, me acercan a esta ciudad en la que he vivido varios años la semana de la moda, entrevistado a medio Hollywood o vivido momentos personales que, ahora, ya forman parte del recuerdo
Recibir un nuevo año en New York, en la mítica Times Square, es una experiencia adictiva. Debo confesar que, en mis 30 años residiendo en Madrid, nunca me he acercado a la Puerta del Sol para despedir un año y tomar las uvas. Sin embargo, es la segunda vez en tres años en la ciudad de los rascacielos. Y no soy la única, porque hacerlo en este lugar es objetivo prioritario de miles de personas.
El centro de Manhattan, desde la tarde del día 30, empieza a blindarse de tal manera que podría pensarse que es el mismo presidente Obama quien va a realizar la cuenta atrás de la bola que, desde la esquina de Broadway Ave con la 7th Street, dará la bienvenida al 2013. Cientos de vallas, coches policiales y fornidos agentes custodian las inmediaciones de la plaza, cerrando el paso a viandantes curiosos en todos los accesos a cuatro calles a la redonda. Solamente se permite el paso, previa justificación de que resides en esas casas o estás alojado en alguno de los hoteles de la zona. En mi caso concreto, para acceder al Grace Room Mate (situado en la 45th street, pegada a Times Square), tuve que acreditar mi estancia con la tarjeta de la habitación. Bien es cierto que, aunque puedan parecer excesivas las medidas de seguridad, se agradecen aunque te puedan ocasionar como así ocurre- ciertos trastornos de movilidad.
Tras los atentados de las Torres Gemelas, los neoyorkinos están más que sensibles a cualquier tipo de alteración del orden público. Por tal motivo, es fácil verles acatar disciplinadamente las órdenes de la policía, aceptando con orden el cacheo de bolsos y paquetes, así como al trastorno que supone tener que bordear medio barrio para acceder a su destino.
Lo que se vive en Times Square el día de fin de año es toda una experiencia. Desde primera hora de la mañana, con un frío que entumece los sentidos, cientos de personas (que luego se convierten en miles) acuden a la plaza para tomar posiciones y ocupar un sitio que ya nadie les quitará porque no se moverán de él en horas. Dos grandes plataformas, a modo de escenarios, se alzan a ambos lados de la zona. Allí es donde, a partir de media tarde, empiezan a actuar los diferentes grupos que participan en la gran fiesta del día. Dos horas antes de que la bola ascienda y baje la torre (allí las campanadas se sustituyen por la cuenta atrás del diez al uno), el ambiente es difícilmente descriptible para quienes no lo viven o presencian.
Las sirenas de la policía o de las ambulancias, tan habituales a diario en esta ciudad, dejan de oírse. Todo el bullicio está concentrado en esa plaza donde empieza la cuenta atrás. La gente grita los números y, al llegar al 1, estalla la alegría. Comienzan los besos y abrazos. Sinatra canta New York, New York y todo el mundo grita Happy new year! Es un momento de total comunión, en el que recibes el afecto de desconocidos que están a tu lado y que desean lo que todos ansiamos: salud, trabajo, paz, amor.. ¡Bienvenido 2013!..Si no nos vas a ayudar a mejorar, por lo menos, déjanos conservar lo que tenemos.