La sala de pesas del Municipal, embrión de los gimnasios de Pontevedra
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Por Tomás Abeigón
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© Tomás Abeigón
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© Tomás Abeigón
El deporte se erige como una actividad humana enormemente enriquecedora y generadora de bienestar personal, pero también constituye un importante instrumento de cohesión social, un eficaz vehículo para la transmisión de valores y un sólido elemento de impulso económico.
En los últimos años, en España y más concretamente en Pontevedra, hemos sido testigos de un auge sin precedentes: "la cultura del gimnasio", todo ello independientemente de la edad, del sexo, de la profesión y de la condición física y social de los usuarios que a diario los frecuentan.
Esta tendencia evidencia en los tiempos actuales un cambio significativo hacia un estilo de vida más activo y consciente de la salud, donde "hacer pesas" ha dejado de ser sólo un pasatiempo de una minoría para convertirse en una auténtica pasión para muchos.
Cada vez hay más personas que se sumergen en el mundo del entrenamiento de fuerza, llámese también fitness, o si se prefiere, fisicoculturismo, un deporte que abarca muchos componentes claros vinculados a la mejora de la salud, la estética corporal o la alimentación sana.
Esto hace que los gimnasios ganen adeptos como una disciplina que fusiona el deseo de superación personal con el arte de esculpir el cuerpo, pues no se trata únicamente de levantar pesas o contar repeticiones; este movimiento abraza la disciplina, el reto particular y un fuerte sentido de sociabilización, que desde luego no ha surgido de la noche a la mañana.
Este se ha alimentado de diversas historias de crecimiento interior, de éxitos compartidos y de la creciente popularidad de iconos mundiales de un deporte que establecieron los cimientos de los gimnasios actuales: el culturismo, disciplina que demuestra que los límites del rendimiento humano están hechos para ser conquistados y satisfacen todas las aspiraciones físicas.
En el fisicoculturismo, bien se llame musculación, máquinas-aparatos, fitness o modelaje, el futbolista que quiere ganar fuerza resistencia y no volverse patoso hace "musculación", la señora mayor que quiere estar en forma y no desea que le crezcan los músculos sino endurecerlos hace "máquinas-aparatos", el joven que aspira a tener un cuerpo de modelo hace "fitness" y la chica que desea eliminar la grasa superflua del abdomen y de las caderas hace "modelaje".
Ha dejado de ser una afición más para convertirse en una verdadera pasión encubierta entre la población de todas las edades. Cada levantamiento y cada sesión de entrenamiento son una búsqueda, no sólo de la perfección física, sino también de una forma de expresión personal y de un sentido del logro.
En Pontevedra, al margen de lo que algunos puedan pensar o crean que sepan, los gimnasios tienen una historia fascinante que se remonta a poco más de un siglo atrás, pues históricamente, ha sido una ciudad donde la actividad físico-deportiva ha sido parte integral de su cultura.
La tradición de practicar deportes al aire libre, como el remo en la Ría de Pontevedra, nadar en el río Lérez, el senderismo por los hermosos paisajes naturales de la bordean, una notoria actividad velocipédica (ciclista) o la práctica de la esgrima en los jardines de casonas señoriales o en sus nobles salones de armas, ha estado arraigada en la ciudad durante generaciones.
Prueba de ello fue que a finales del siglo XIX, más concretamente en 1895 se funda el Liceo Gimnasio, una institución que era lo que más se acercaba al moderno concepto de gimnasio que existe hoy, y que tenía su sede en las proximidades del puente del Burgo en un imponente y emblemático edificio de amplios salones y cristaleras orientadas al río.
Estaba ubicado exactamente en el vértice formado entre la Avenida del Uruguay y la calle Arzobispo Malvar y su acta fundacional y estatutos la firmaron los pontevedreses Victoriano Encinas (presidente) y los señores, Gregorio García, Robustiano Fernández, Alfredo Pérez Prego, Constantino Lorenzo, José Millán y Tomás Abeigón (mi tatarabuelo) como vocales.
Durante los 22 años de vida de esta sociedad, fue la única que ofertaba además de actividades de índole social, cultural y recreativas, actividades físico-deportivas (esgrima, gimnasia, boxeo, ciclismo, y como no, el fútbol que tanta atención acaparaba de la prensa) dirigiendo principalmente la sección de gimnasia el afamado florentino Atilio Pontanari y Maestrini, que también era el profesor de esgrima y boxeo.
Pontanari, que en aquel entonces rondaba los 45 años, era un excelente ejemplo e inspiración para sus pupilos, pues añadido a su brillante inteligencia y creatividad, lucía un formidable desarrollo muscular y una portentosa fuerza física que le permitía compaginar estas clases con demostraciones de fuerza en un conocido circo adoptando el nombre artístico de Hércules.
Resaltar que el Liceo Gimnasio, pese a denominarse así, no fue un gimnasio al uso como los conocemos hoy en día, es decir, con un montón de máquinas de musculación, bicicletas estáticas, cintas para correr, mancuernas, bancos diversos, barras y discos de diferentes pesos.
Era más bien una sociedad muy parecida a las que hoy existen en la ciudad, como, por ejemplo: el Liceo Casino o el Mercantil, pues pese a disponer de espaciosas salas donde se impartía la gimnasia, no disponía del equipamiento (aunque fuese antiguo), ni aparatos característicos de este tipo instalación.
Sin embargo, la evolución hacia un estilo de vida más urbano y sedentario trajo consigo en las últimas décadas del siglo XX un cambio significativo en el aumento de la población y la influencia de las tendencias de salud y bienestar general que impulsaron la demanda de instalaciones donde las personas pudieran ejercitarse de manera más estructurada, sistemática y profesional.
Fue en este contexto donde surge a finales de la década de los años sesenta, la necesidad de crear un espacio dedicado específicamente al deporte y el ejercicio físico con la construcción del Pabellón Municipal de los Deportes, que en su interior albergó al que podemos considerar el primer gimnasio propiamente dicho de musculación de la ciudad: "La sala de pesas".
Este primer gimnasio, donde inimaginablemente debutaban en la ciudad de Pontevedra las máquinas de pesas, estaba equipado con los más "modernos" aparatos de musculación.
La sala de pesas estaba ubicada debajo de la grada que se encuentra enfrente de la entrada habitual a éste recinto (veinte años después se creó una segunda sala de musculación en una de las esquinas superiores del mismo, pero este ya es otro capítulo).
Los primeros héroes pontevedreses de nuestro deporte surgen a finales de la década de los años 70 cuando entonces ya en nuestro país, los pesimistas (que no pesistas) dan paso a los culturistas, y en nuestra ciudad aparece el primer corpúsculo de atletas integrado por un entusiasmado grupo de jóvenes de la ciudad del Lérez donde destacaba un fornido marinense nacido en 1952 asentado en la ciudad, Manolo Pereira.
Este grupito comenzó a utilizar las pesas no sólo como medio para mejorar la cualidad física de la fuerza en sus respectivos deportes (atletismo, gimnasia deportiva, judo, boxeo, balonmano, etc.), sino donde también una parte del mismo entrenaban duramente para adquirir y desarrollar una recia e imponente musculatura, "convirtiendo así su cuerpo en una obra de arte" como diría Oscar Wilde.
Los gimnasios en aquel momento todavía estaban únicamente en manos de hombres, dado que estamos hablando antes de que el entrenamiento físico estuviera de moda gracias a la ola o al boom del aeróbic que generó la estadounidense Jane Fonda en 1982, que hizo sudar a mujeres de todo el mundo, animándolas también a mantenerse en forma activamente con sus vídeos.
Este grupo de "intrépidos" atletas que formaron lo que se podía denominar el "núcleo clandestino de la resistencia pesística pontevedresa", que valientemente libraron en aquellos tiempos incontables batallas en su búsqueda del cuerpo musculoso, de la fuerza hercúlea y la vida saludable, pues por el gran público se ignoraban las bondades del ejercicio físico en general y las del fisicoculturismo en particular.
Además, tenían que soportar numerosas críticas e injustos comentarios del tipo de que "hacer pesas": te embrutecía y deformaba el cuerpo, te "agarrotaba" los músculos o éstos al dejar las pesas se convertían en grasa, que no podías tener hijos, que te frenaba el crecimiento, que te quedabas calvo o que no te casarías, entre otras lindezas.
Aquellos que entrenaban de forma regular con pesas sabían que eso eran "auténticas chorradas" y algo absolutamente incierto, y que sus beneficios eran precisamente todo lo contrario, como desde hace años lo afirman la clase médica y los licenciados en Educación Física (INEF), pero como el que ignora suele ser atrevido, nuestros detractores lo son más por desconocimiento que por auténtica maldad.
El culturismo fue una especialidad deportiva atacada en exceso. E España se veía su práctica como un escándalo para la moral, pues la Iglesia hubo una época que se ocupó de priorizar la religión sobre el cuidado del cuerpo, por lo que estaba también estigmatizado, y por ello no estaba ni siquiera considerado deporte como sí lo está hoy en día al ser reconocido como modalidad deportiva por el Consejo Superior de Deportes.
Otro gran obstáculo que tuvieron que librar estos pioneros fue la falta de equipamiento, pues hasta bien entrados los años 80 no existían en nuestro país fabricantes en serie de máquinas de musculación y cardiovascular, y por aquel entonces, el único material que se podía encontrar en aquella primigenia instalación donde las palabras ventilación, iluminación, calefacción, confort, decoración e instrucción brillaban por su ausencia.
Había alguna barra olímpica de levantamiento, diferentes discos olímpicos de pesas, espalderas, un soporte de sentadillas, una sencilla prensa atlética, una máquina de extensiones de cuadríceps y femoral de discos, un par de tablas de abdominales, otro par de bancos de press de banca y press superior, alguna rudimentaria polea, un multipower de discos, un mancuernero y poco más, equipamiento básico que fue lo que utilizaron quienes aspiraban a construir un físico un poco mejor, y en donde se sembró la primera semilla de los pesistas pontevedreses.
Dicha semilla dio su fruto con el paso de los años con la creación de los dos primeros gimnasios privados de la ciudad dedicados a la musculación: el gimnasio "Multi Gym" fundado por el ya citado Manolo Pereira y ubicado en el número 9 de la calle Palamios donde hoy en día hay una librería; y el gimnasio "Taller Corporal" fundado por el autor de este artículo y ubicado en el número 49 de la calle Benito Corbal donde hoy se encuentra el Supermercado Gadis.
Ambos gimnasios, en las décadas de los 80, 90 y 2000, acogieron a miles de practicantes en sus instalaciones que confiaron en ellos diariamente su preparación física y puesta a punto, y con el paso del tiempo sentaron las bases de una emergente industria del gimnasio.
Así lo atestigua el que hoy en día exista un ingente número de centros que operan actualmente en las cuatro esquinas de la ciudad, gimnasios también denominados: box, centros deportivos o estudios de entrenamiento personal o pilates, todos ellos equipados con la última tecnología en equipos de ejercicio, y ofreciendo una amplia gama de clases y servicios.
Además de ser centros de actividad física, muchos de ellos también se han convertido en comunidades donde las personas pueden socializar, motivarse mutuamente y compartir sus experiencias en el camino hacia un estilo de vida más saludable.
En resumen, el origen de los gimnasios en Pontevedra se encuentra en la apertura de la "Sala de Pesas", que se puede considerar por derecho propio el primer gimnasio equipado con aparatos y máquinas de ejercicio con pesas de ésta ciudad, donde dos de sus usuarios que entrenaban allí habitualmente con el paso de los años arriesgaron su dinero y apostaron por este sector, fundando los dos primeros gimnasios privados propiamente dichos de musculación de la capital.
Junto con otros que se montaron, caso del magnífico gimnasio Budo magistralmente dirigido por Santiago Durán, el gimnasio Center (muy próximo a la Herrería, más orientado al wellness y la gimnasia de mantenimiento) que estaba regentado por el citado Ibuz, el Gimsport en la Plaza de Barcelos, o el Ardeas de la calle Santa Clara que comenzó siendo una escuela de artes marciales al igual que los gimnasios Macesport y el Suh, pusieron los pilares para el desarrollo del fitness.
En aquel entonces aún quedaba un largo y difícil camino que recorrer hasta la actual, variada y masiva oferta de estos espacios que no sólo ofrecen oportunidades de trabajo para los profesionales del sector, sino también para aquellas personas que desean mantenerse en forma reflejando el compromiso de la población pontevedresa con la salud y un estilo de vida activo.