Kabalcanty
Galería 31 (Parte 2ª)
El pocero mostraba su cuerpo delgado, fibroso a pesar de su edad. Sonreía de manera sutil, con un poso de cinismo, enseñando el vacío de varias muelas. Mientras esperaba la respuesta de la atónita topógrafa, la empujó suavemente hacia la penumbra, muy cerca de Pepe, para alejarse del ruido del martillo neumático.
— No deseo importunarla -comenzó a decir soslayando a Pepe- pero a estas alturas seguir picando sin ton ni son merece una respuesta, señorita.
Lola se colocó frente a los dos hombres y tornó el gesto en uno más profesional.
— Sigo las indicaciones del plano -contestó secamente- y no creo que sea usted precisamente quien deba pedirme explicación alguna.
El pocero se frotó la frente con indulgencia como si retirara de su mente algún atisbo de mala fe.
— Nuestro trabajo es conectar con la galería 32 -dijo extendiendo su sonrisa hasta la parodia- y eso ya tuvo que ocurrir hace horas, señorita. No me malinterprete, pero estamos picando a lo tonto.
Pepe dio un paso al frente.
— Hilario, somos los responsables. Sus palabras sobran, siga con su trabajo, por favor.
— Un metro más -contestó Hilario dejando atrás su fingida simpatía- Después paramos y, si no hay nada, nos largamos.
El pocero dio una media vuelta violenta para ir a unirse a los otros dos.
Hubo un silencio sepulcral que parecía no querer huir en la oscuridad de la galería. Lola inició el paso para volver junto a la bombilla pero Pepe le sujetó el brazo.
— Paremos ya, Lola, todo es inútil y puede volverse peligroso como te advertí.
Ella se desembarazó y siguió su camino.
No había pasado una hora cuando los poceros clavaron el martillo neumático y se plantaron junto al montón de tierra.
— Esto se ha terminado -dijo Hilario en voz alta- Si quieren seguir picando háganlo ustedes, nosotros vamos a salir por la boca de entrada.
Los tres hombres fueron poniéndose sus camisas de trabajo y recogiendo sus enseres que metían en unas bolsas de rafia. Actuaban en silencio, ceñudos, colocando sus pertenencias con brusquedad.
— No hay salida –dijo lacónica Lola.
Hilario la miró y soltó una carcajada que burbujeó en su pecho.
— Señorita, vamos a salir por dónde entramos esta mañana ni más ni menos.
La mujer se encogió de hombros. Estiró de nuevo el plano y se puso a estudiarlo.
— Tiene razón: ya no hay boca. No sabemos la razón pero es así.
Pepe dio unos pasos hacia los hombres.
— Ya se lo diremos cuando estemos arriba –dijo Hilario comenzando a avanzar- Eso sí, tendremos que llevarnos la alargadera.
La topógrafa sacó una pequeña linterna de su bolsillo y la encendió sin decir nada.
Los poceros descolgaron el cable. Apenas miraron a los técnicos cuando se infiltraron galería atrás. El chapoteo de sus pasos se fue perdiendo al tiempo que la pobre luz de la linterna dejaba un circular resplandor que estallaba desde el plano.
— Tal vez podríamos arriesgarnos a llegar al colector principal y descolgarnos por los rápidos.
Pepe habló a la espalda de la mujer. Tenía los labios resecos, blanquecinos en las comisuras.
— Nos arrastraría el agua -contestó Lola, sin dejar de escudriñar el plano- Además, ¿quién te asegura que el colector cardinal nos lleve a alguna parte? Lo racional es seguir escavando hasta llegar a la 32.
— ¡Joder, Lola, tú sabes como yo que la 32 ya no existe! -dijo severo Pepe- Cuando bajamos esta mañana sabíamos que nuestras vidas se ceñirían a esta puta galería. No hay nada hacia delante ni hacia atrás.
— ¿Lo elegimos así? -preguntó irónica Lola.
— Era un destino ineludible, sí, y sin embargo teníamos la libertad de negarnos a bajar. En las galerías 5, 6 y 7 hay noticias de rebeliones.
Pepe se acercó más a la mujer pisando el plano del suelo.
— ¡Estás pisando el plano, leches! -apartó vigorosa al hombre- Me importa una mierda esas rebeliones si es que son ciertas, tenemos un plano que tú pisoteas y que nuestra profesión nos obliga a cumplir. Me importa un pito que no conduzca a nada porque la nada ya está con nosotros. Te puede parecer absurdo pero soy de la opinión que nuestra labor es el único sentido entre todo el sinsentido. No sé si me comprendes, Pepe.
El hombre negó sacudiendo varias veces la cabeza. Quiso decir algo pero calló anclado dentro de un gesto de abatimiento.
— Esos tres hombres volverán y comprenderán que es mejor seguir las directrices del plano que no sumirse en una desesperación que a nadie beneficia.
El hombre iba a decir algo pero un derrumbamiento captó la atención de los dos. La avanzadilla que habían escavado los poceros había cedido y dejaba ver un tímido haz de luz como un taladro esperanzador. Lola y Pepe se acercaron presurosos al lugar.
— Con cuidado, Lola, puede ceder más el terreno. –advirtió el hombre sin quitar los ojos del hilillo resplandeciente.
En efecto, desde otro lado se vislumbraba una claridad que parecía indicar una conexión. Pepe cogió el martillo neumático para comenzar a abrir más el boquete. Su inexperiencia para manejar la máquina se contrarrestaba con la emoción de hallar una salida que hacía unos instantes se presentaba imposible. La mujer apretaba la empuñadura del taladro para ayudar a su compañero.
— Abrimos hueco a nuestro destino, Pepe.
Dijo ella excitada, aflorando una risa incontrolable en su boca.