Un Quique González más intimista y acústico triunfa dando 'carta blanca' a sus fans pontevedreses
Tres guitarras, una armónica y un piano de cola. Así se presentó en el Teatro Principal un Quique González que, dispuesto a ‘ajustar cuentas’ con sus fans y agradecerles su fidelidad durante tantos años, regaló a los pontevedreses un concierto que tardarán en olvidar, muestra de la gran madurez que ha alcanzando el que es, sin duda, uno de los mejores músicos de su generación. Y en Pontevedra volvió a demostrarlo.
Era uno de los conciertos más esperados de la temporada -todas las entradas estaban vendidas desde ya varias semanas- y cumplió con creces las expectativas. Coincidiendo con la celebración en España del Día de la Música, el artista madrileño llegaba a la ciudad del Lérez en plena recta final de Carta Blanca, una gira con un repertorio abierto que cambia cada noche en función de las sugerencias del público.
"Podéis pedirme vuestras canciones. Que este sea un concierto asambleario", destacó Quique González tras sonar los primeros temas de un concierto acústico e intimista en el que repasó grandes éxitos de su carrera como Pájaros mojados, Crece la hierba, Aunque tú no lo sepas, La luna debajo del brazo, Y los conserjes de noche, Avería y redención o Cuando éramos reyes. Todos ellos pedidos durante los últimos días por sus fans a través de las redes sociales.
Pero también el público que abarrotaba el Teatro Principal en este primer día de verano, pudo pedir sus canciones preferidas a un Quique González que solo se negó a tocar Romeo y Julieta porque "es la peor canción que he escrito". Así fueron sonando temas como A cara de perro, Las calles de Madrid, Hasta que todo encaje o Pequeño rock and roll. Todo ello durante cerca de dos horas de diálogo y conexión con sus fans.
El cantautor madrileño, que echó de menos un pequeño ventilador sobre el escenario, completó el concierto con temas muy emotivos para él como Palomas en la quinta, Clase media, Número 7 y, sobre todo, Su día libre, que dedicó a sus padres "que ya no están conmigo". Un tema y una dedicatoria que llenó de emoción a un teatro totalmente entregado al buen hacer del artista.
Y eso que, incapaces de articular palabra y dejándose llevar por la atmósfera creada, los pontevedreses tardaron más de una hora en corear las canciones que iba interpretando magistralmente el madrileño. Fue con Salitre, uno de los temas más solicitados por el público, y sobre todo con Vidas cruzadas, la canción que puso fin al concierto con todo el patio de butacas puesto en pie y cantando al unísono con él.
Este último tema, que interpretó totalmente desenchufado y al borde del escenario, fue el broche de oro a un concierto inolvidable y con el que el Pazo da Cultura prácticamente despide su programación hasta el próximo mes de septiembre. Retomará su actividad con otro concierto de altura, el que ofrecerá Pablo Alborán en la explanada del Recinto Ferial. Pero esa ya será otra historia.
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