Manuel Pérez Lourido
El columnismo y la madre que lo parió
"El golf y la madre que lo parió", ese era, en un viejo chiste, el título del libro que decidió escribir uno que no daba una jugando al golf. Estos es para que vean de que va el tema.
Ríos de tinta, declaración de intenciones, cataratas de tedio, rosarios de la aurora, relatos de a bordo y de la misa la media... y no hay una mísera columna que trate sobre la ontología del arte de la columna periodística. Pero aquí estamos con la pedantería al cuello, cual bufanda umbraliana dispuestos a desfacer el entuerto con un agudísimo ojo sano y esta prosa saudí (siempre hay que soltar algo enigmático).
Tenemos, desde el primero, de 1605, obra de juanito carolo (Johann Carolus, alemán), un batiburrillo de formas de abordar el texto de opinión: por babor, por estribor (dependiendo de la opción política), desde el agua (o sea, mojándose), en paracaídas, en plan torpedo (y fistro de pecador), en aguas tranquilas o con mar de fondo, con el cuchillo entre los dientes o pisando tranquilamente una pasarela desde el puerto...
Así, hay opinadores que esputan como escriben, y viceversa, que no se conoce modo de distinguir ambas acciones. Otros necesitan papel de fumar para cogérsela. Están los que desean ser comprendidos por toda la humanidad y parte de la comunidad extraterrestre, por lo que limitan al libro de Palau (introducción y 1ª parte) la enjundia de su vocabulario. Algunos, por el contrario, se dejan las pestañas en la pantalla buscando vocablos rebuscados y luego van por ahí con los ojos escocidos, la boca pastosa y su colección de almorranas.
A veces uno lee una columna y oye pasos en la distancia, un sonido sutil que despierta en la memoria un eco y que más de dos y de tres calificarán de mariconadas. La sensibilidad está mal vista, en general, y en la columna de prensa en particular. Si se tiene hay que cuidarse de mostrarla, como los niños con algún retraso de las aldeas, que no pisaban la ciudad ni para sacarse una muela.
Por eso abundan los taconazos con zapatones léxicos, los improperios y exabruptos, la garrulería real o impostada, el sintagma soez y la coz casi analfabeta.
Un riesgo siempre acechante es el de caer en brazos de la petulancia, una sobrina de doña soberbia que le salió un tanto puta. Entre sus brazos se pueden pasar tardes maravillosas a cambio de dilapidar todo nuestro crédito. Si lo hubiere.
Bien, he llegado al final. Ya es triste tener que anunciarlo de esta manera. Me cabe el honor de haber inaugurado un género, ombliguista y vecino del solipsismo, pero virgen aún. Y ahora ya que cada uno transite por esta senda como quiera, que en cuestiones como esta sí que todo el monte es orégano.