Manuel Pérez Lourido
Pontevedreses imaginarios: Cóncavo y convexo
Allí estaba Cóncavo y Convexo, abrigado del sol en la terraza del Carabela, aferrado a una caña matinal que paladeaba mientras soltaba sus frases sobre la vida a cualquiera que se le acercaba. No eran muchos los que se le acercaban. El camarero, al servirle, tuvo que oír que "la vida corre más que nosotros" a lo cual asintió perezosamente mientras se retiraba. Lo conocían de sobra allí, a Cóncavo y Convexo, sus modales refinados y su charleta de orate, sus cañas y sus cafés americanos.
"El aliento de la vida nos seca los párpados" le dijo a Martín Mero, cuando este se acercó a saludarle, porque Martín Mero tiene un gracejo democrático y un soniquete de clase media que reparte dramatismo y solemnidad ciudadana a diestra y siniestra. Con las gafas en la punta de la nariz, Martín Mero rehúsa sentarse a su lado porque tiene una cita con el dentista, y es verdad. Antes de irse le recuerda a Cóncavo y Convexo que hoy sábado por la noche es la inauguración de lo de Olvido. Ah, si, piensa Cóncavo y Convexo, despidiéndose con un gesto del otro. Lo de Olvido, casi me olvidaba, y se sonríe pueril y secretamente antes de otro sorbo de cerveza.
A eso de la una y media, se levanta pesadamente, como si el tiempo transcurrido hubiese fusionado el epicentro de su hastío y el respaldo de la silla, y se va hacia la Verdura buscando un poco de sol que llevarse al cuerpo. Camina despacio y, por un momento, se siente tentado a arrastrar los pies. A caminar por la plaza de la Verdura arrastrando los pies como un anuncio de si mismo en cámara lenta, como un prefacio de su presencia entre la mitomanía y lo absurdo.
Tocado con un sombrero de pajilla que ya vivió sus mejores días, cargado de espaldas pese a su escueta estatura, pantalón de dril beis y chaqueta a juego, Cóncavo y Convexo continúa sin un segundo de duda su estoica y decidida batalla para continuar formando parte de las leyendas vivas de Pontevedra.