Bernardo Sartier
Se le hincharon las pelotas
Veamos. Imaginen que tienen una propiedad alquilada a un arrendatario en el que confían. Y que el arrendatario les hubiese dicho "te voy a hacer unas mejoras en tu casa que no la vas a conocer". Y al fin del arrendamiento y devolución de la casa resulta que, ciertamente, ustedes no la conocen porque el nota en cuestión, abusando de su confianza, la ha dejado irreconocible. Para mal, claro. Entonces les cabrían dos opciones, a saber: partirle la cara al abusón o callarse. Esto último les llenaría de resentimiento y esperarían su oportunidad para demostrarle al confianzudo lo desleal y cabrón de su comportamiento. Pues con Sanxenxo ha pasado algo similar.
Los ciudadanos le dieron a sucesivas administraciones municipales un mandato consistente en el amejoramiento del municipio. O sea, su confianza. Pues con ese cheque en blanco y en treinta años de gestión el pueblo quedó, ciertamente, irreconocible y desfigurado.
Diferentes partidos políticos gobernaron Sanxenxo y todos ellos se aplicaron, con tan equiparable e indiscutible intensidad como desafortunados resultados, a transformarlo. Se me dirá que aquí entran los gustos. Y que habrá quien esté encantado con su actual configuración. Por ejemplo esos que "orgasmean" su moreno sobre sus náuticos, en las noches de copas, porque en determinado local se codean con el actor "equis" o el conselleiro "igriega". Perfecto. Pero como a mí el "postureo" me la suda, proclamo hoy mi disgusto con el actual Sanxenxo "torremolinero" porque ya antes manifesté mi contrariedad con su proceso acelerado, irreflexivo y tórpido de "marbellización", proceso al que, en más ocasiones de las deseables, movieron razones discutibles cuando no intereses directamente inconfesables (dejémoslo ahí).
Me decía hace unos años un amigo de allí, cuando lo de la pérdida de arena en Silgar por la construcción del puerto deportivo, qué por qué tenía él que pisar arena traída de la Lagoa de Antela, o de donde carajo fuese, que por qué no podía pisar la arena de la playa en la que jugaba al futbol cuando era niño. Y yo entendía el reproche que contenía su pregunta. Y su disgusto. Pero le respondía que, a lo mejor, la respuesta estaba en que los propios sanxenxinos, con su conformidad y su gregarismo, lo habían consentido.
Diré, sin más dilación, que estoy en franco desacuerdo con la ampliación de pantalanes hacia Panadeira y Os barcos. Y lo estoy porque la simple foto de la playa en bajamar permite ver la aberración a consumar con lo que se pretende.
Una playa no es solo para disfrutar en pleamar. Es posible que esta instalación no constituya la máxima aberración urbanística o constructiva realizada en Sanxenxo. Pero es que saben qué. Que es la gota que colma el vaso. Que al ciudadano de Sanxenxo se le han hinchado las pelotas. Y que está harto de que le birlen el pueblo. El pueblo y sus recuerdos. Y de que se lo birle una élite oligárquica que ni es, ni vive ni quiere a Sanxenxo. Y que desprecia la naturaleza porque atiende, únicamente, al inicuo interés material. Y si para hacer pela tiene que sacrificar lo que de más valioso tiene el pueblo, pues lo hace. Como si tuviese que asarse el trasero con los sentimientos de los vecinos. También lo haría.
Ahora deportistas de élite, algunos de ellos bien subvencionados (yo pensaba que al deportista solo lo subvencionaba su esfuerzo) se han posicionado en pro de los promotores, lo que representa, a "sensu" contrario, haberlo hecho contra los opositores. Actuando de este modo se sitúan al margen de los vecinos, de quien los representa, o sea de su alcaldesa e incluso de los grupos de la oposición. Ellos verán. Están en su derecho. Como yo en el mío de alistarme desde aquí con estas cuatro letras en las filas de los que luchan por lo que es de todos y no cuesta dinero disfrutar. Porque saben qué. Preferiré siempre, siempre, a los que luchan por una idea antes que a los que lo hacen por un interés.