Beatriz Suárez-Vence Castro
El último tabú
Sigue habiendo temas incómodos para hablar en sociedad. Pensamos que si no hablamos de ellos, no existen o los ocultamos porque nos dan vergüenza o miedo. Resulta extraño a estas alturas pero así es. No es cierto que ya aceptemos todo con naturalidad y estemos libres de prejuicios.
En una entrevista para la agencia Efe en onda Cádiz, el coordinador de la Fundación ANAED (Asistencia Nacional para la Ayuda al Enfermo de Depresión) Ramón Pagés, da unos datos tremendos. Afirma que las administraciones públicas no luchan como debieran contra las altas cifras de incidencia que esta enfermedad registra en nuestra población. La depresión es la tercera causa de discapacidad en el mundo según la Organización Mundial de la Salud. Advierte que de seguir así, será la primera en el 2020. Según el Instituto Nacional de Estadística las tasas de suicidios en España son muy preocupantes también.
Aunque con toda seguridad, incrementadas por la crisis, su incidencia no es algo nuevo. En algún momento de nuestra vida todos podemos sufrir una depresión u otro tipo de enfermedad mental. Pero hasta dentro de las enfermedades, hay clases. Cualquier otra, más grave o menos suscita una inmediata solidaridad. La mental, solamente incomprensión y aislamiento. Casi nadie quiere reconocer que la padece, que alguien de su familia la tiene o que algún amigo lleva tiempo peleando con ella. Está mal visto. Se curan o se controlan con un tratamiento adecuado, como cualquier otra pero reaccionamos ante ellas como si fuese la peste. Y probablemente los enfermos mentales sean los apestados del s.XXI. La "patata caliente de las administraciones, como nos recuerda Ramón Pagés, y la de la sociedad en general. Cuando nos topamos con una, tardamos mucho en mirarla de frente, en aceptarla, en tratarla y no digamos en reconocerla. Sea nuestra o de otra persona.
No es difícil entender que la cabeza enferma, igual que el cuerpo. Y que sabemos que anorexia, bulimia, depresión o comportamientos adictivos son enfermedades mentales que pueden destruir la vida de una persona pero buscamos otras maneras de llamarlas que no suenen tan mal como "enfermedad mental". Y además estigmatizamos al enfermo como si la culpa fuese suya. Una manera de actuar que no tenemos ante alguien que padece una enfermedad física. Si alguien tiene una pierna rota no puede correr. Necesita rehabilitación hasta recuperar la movilidad. Si alguien tiene una depresión no puede estar alegre. Si tiene ataques de pánico, algún tipo de fobia o un cuadro de ansiedad, no puede tranquilizarse. Necesitará ayuda especializada.
En Estados Unidos, país con mil y un defectos, algunos comentados en un artículo anterior, actúan muy sabiamente sin embargo en esta materia. Se han dado cuenta hace tiempo que un enfermo mental no es un loco que va dando saltos con un gorro de Napoleón en la cabeza. Que hay muchos grados de enfermedad y que todos podemos estarlo algún día. Y se previenen. Van al psicólogo con regularidad, como en España vamos al dentista. Ni siquiera lo hacen sólo cuando se encuentran mal. Van cuando, por ejemplo, ante un cambio de trabajo, necesitan extraer todo su potencial o cuando ante una situación conflictiva, necesitan mejorar sus habilidades sociales para enfrentarse a ella con éxito .Se sientan en la sala de espera, leen una revista y se saludan entre ellos sin esconderse.
En este país nuestro casi aprovechamos a que se haga de noche para ir sin que nadie nos reconozca. Y como alguien nos diga en el colegio que nuestro hijo puede tener un trastorno de conducta, cosa totalmente normal y que se cura, primero queremos matar al profesor y luego morirnos nosotros. Eso suponiendo que lo aceptemos y no neguemos como Judas y le digamos a quien nos ha avisado eso de "Quien debería ir al psicólogo es usted". Como si la consulta del psicólogo fuese un agujero negro que se pudiese tragar al niño /a y no fuésemos a verlo más o dónde nos cambiasen a nuestro hijo por otra persona.
Hay un campo en que la psicología está normalizada. En el tratamiento de deportistas de élite. Todo buen equipo tiene además de médico y fisioterapeuta, un psicólogo. Y no es el malo de los tres. Es un señor que hace su trabajo igual que los otros dos porque es igual de importante y necesario. A veces incluso más. Estos días en los Juegos Olímpicos de Invierno una esquiadora consiguió una medalla de oro a pesar de haberse roto un pie la semana anterior. El pie quebrado se lo arreglaron los médicos y los fisioterapeutas para que pudiese colocarse los esquís pero el disgusto, el miedo, la sensación de impotencia le ayudó a vencerlos el psicólogo del equipo, para que pudiese ganar la medalla.
Así pues rompamos con el tabú de las dolencias mentales. Es normal tenerlas, se pueden curar. No hace falta esconderlas. Dejemos de ver al psicólogo como un "loquero" y asumamos que la mente hay que entrenarla igual que el cuerpo.
A quien no le venga bien un poco de terapia para mejorar algún aspecto de su vida, que tire la primera piedra.