David Darriba Pérez
Panorámica
Luisito pesca casi todas las mañanas desde el largo puente que une el pueblo con la isla. Bueno, sólo lo intenta; la mayor parte de las veces se vuelve de vacío. Se monta en su bici, con la caña y demás cachivaches, y regresa a casa tras haber disfrutado de ese tiempo hablando de tú a tú al mar. Luisito tiene alrededor de cincuenta años; cuando todo el mundo te llama de una forma desde pequeño, se convierte en una lapa que no hay quien te quite despegue. Luisito bizquea un poco, no mucho, pero se ha quedado con el apodo del Bizco aunque nadie se dirija a él directamente así. Luisito el Bizco, tiene la nariz y los mofletes rosados porque pimpla más de la cuenta. Es entrar en la taberna para jugar al tute y vaciar jarras de tintorro según avanza la tarde. Las cartas están pegajosas y se barajan mal; tienen tantas manchas que es fácil identificar a más de una, especialmente al as de bastos, que le falta el trocito superior derecho. Cada dos por tres le dicen a la dueña del local que ya va siendo hora de renovar las barajas (tiene tres pero a cada cual peor); ella dando media vuelta, suelta que se las traigan de sus casas. Alfonso, que difícilmente tercia palabra con alguien que no sea su perro, pasa la tarde jugando al solitario en la mesa arrimada a la ventana. Los cristales de sus gafas son tan gruesos que al menos le aumentan los ojos al doble. Es un ser taciturno que roza la antipatía, aunque la gente, conocedora de que Alfonso acarrea una dura historia a sus espaldas, lo disculpan sin pasar del hola y adiós.
El pueblo es pequeño; pero aquí nadie se aburre a pesar de ser cuatro gatos. Cuando no están haciendo cualquier cosa en el campo, cotillean o se entretienen pescando como Luisito. Luisito el Bizco va exclusivamente por las mañanas. Otros prefieren las noches e ir con las poteras a por chopo o calamar. Pueden transcurrir las horas y regresar a los hogares sin nada, aunque están charlando y así pasan el rato: si no entran, pues no entran. Lo que a Luisito le gusta mucho es encender unas buenas brasas en su galpón. Le mete unas espigas desgranadas que ha dejado secar y eso arde que es una maravilla. Las sardinas, una sartenada de berberechos o lo que sea, cogen un sabor especial. Los gatos se pegan el gran festín con las sobras y el único rastro que queda es el de las conchas.
La música del ayuntamiento, que marca las horas en punto, se atrasa más de cinco minutos respecto a las campanas de la iglesia, seguramente, para que no se solapen. No es muy habitual que un ayuntamiento use, no una, sino varias músicas, que cuanto menos amenizan los días grises o lluviosos. Desde hace pocos años han iluminado la iglesia por las noches. Es una luz suave que lejos de molestar, crea una atmósfera misteriosa. Emerge la torre como en un cuento de hadas y da la impresión de estar viendo una vieja fotografía en sepia. A Luisito siempre le ha gustado esta iglesia pero no ha vuelto a pisarla desde que sacaron el ataúd de su mujer camino del camposanto. Se la llevó una dolorosa enfermedad cuando aún era muy joven. Brillaban los pómulos y los salientes de sus quijadas a la luz de los cuatro cirios; su humo se mezclaba con el del incienso y jugando en el rostro de la difunta, parecía que ésta se iba a poner a hablar de un momento a otro. Desde entonces Luisito comenzó a empinar el codo. Es un tipo afable y a lo más que llega es a rebuznar si bebe más de la cuenta: los sapos y culebras que suelta por esa boca, cuanto más altos, mejor.
Las silvas descansan sobre los muros que delimitan las fincas de los caminos. Hay que tener cuidado no caminar muy cerca para evitar engancharse. De entre la multitud de pequeñas moras rojas ya apuntan unas negras y esplendorosas; en poco más de un mes así serán todas. Una araña ha formado una tela entre algunas de ellas; permanece quieta, como a la expectativa, mientras el aire la balancea. En las casas abundan las patudas, ésas que como cuerpo tienen un minúsculo punto, casi imperceptible, desproporcionado. Son capaces de estar en el mismo rincón durante días si nadie las molesta. Luisito el Bizco recoge moras a menudo. A Luisito también le gusta hacer mermelada de mora. Corta una rebanada de pan, la unta y ya tiene resuelto el desayuno de muchas mañanas del verano. En invierno, vino con pan.
En este pueblo parece confundirse el paisaje; sin embargo, fijándose bien, todo cumple su misión; incluso sus habitantes también la cumplen; y su vegetación; y sus insectos; y sus casas y hasta la última piedra, están, porque ha de ser así.