Víctor Vidal de Sáa
La foto que nunca tomé
Todo periodista, o casi periodista -en mi caso-, tiene una imagen marcada a fuego en su cabeza, en su consciencia. Una imagen potente, dura, visceral, emotiva,... pero al fin y al cabo una imagen que siempre rondará en su cabeza cual buitre trazando circunferencias en los cielos. Sin embargo, la imagen que en mi mente marcada a fuego está es una foto que nunca tomé, una imagen permanente que en mí se grabó.
No tuve el valor de apretar el gatillo, de "disparar", de tomar esa fotografía. Quizás la falta de experiencia, el dudar, el shock del momento o la dureza de aquello que en mi retina se estaba reflejando en ese momento.
Przemysl, el último reducto antes de entrar en Ucrania por tren. La lluvia -casi convertida en nieve por el frío polaco-, el viento y la desesperación del pueblo ucraniano no cesan. Faltan pocos minutos para pasar el control fronterizo y subirnos al tren con destino a Kiev. Como nosotros, decenas de ucranianos vuelven a aquello que -gracias a Dios, Zelensky y al Ejército de Ucrania- aún pueden llamar hogar. La gente hace tiempo como puede. Hay quienes se despiden de amigos o conocidos, quienes llaman por teléfono, incluso quienes apuran los últimos minutos de sueño antes de subirse al vagón. Sin embargo, más allá de los típicos asientos de estación se encuentra una sala con la puerta cerrada.
Comienzo a realizar un repaso visual a medida que avanzan mis pasos, poco a poco me acerco a esa sala misteriosa y comienzo a entrever un cartel que reza -en polaco y ucraniano- algo que no puedo descifrar. ¡Bendita tecnología! Saco mi móvil, entro en el traductor y tomo una improvisada fotografía que en tan solo unos pocos segundos mi pequeño dispositivo logra traducir. "Habitación para madres e hijos". Inmediatamente tras leer esto, una pequeña lágrima se derrama sobre mis entumecidas mejillas por el frío.
En el fondo de la sala comienzo a vislumbrar diminutos cuerpecitos acurrucados en pequeñas camas improvisadas. Efectivamente, varios niños se encuentran durmiendo refugiados de las bombas incesantes que llueven sobre Ucrania y resguardados del frío polaco que les persigue tras haber cruzado la frontera hace ya tiempo. Puedo vislumbrar seis camas, dispuestas una seguida de otra. Dos madres se encuentran arropando a sus hijos, en sus rostros se observa agotamiento y desesperación. Pese a la situación, consiguen sacar una sonrisa para aquellos pequeños que aún no logran dormirse del todo.
En ese momento, mi yo periodista piensa en sacar esa foto, esa perfecta representación de la terrible realidad por la que pasan los infantes ucranianos. Sin embargo, mi yo emotivo no es capaz. Primero, por respeto al pueblo ucraniano, a veces harto de ese periodismo carroñero que busca el sensacionalismo en vez del cambio. Segundo, por ese batiburrillo -si se me permite dicha expresión- de sentimientos que en mí fluían en ese momento, muchos de ellos encontrados. Y tercero, esa falta de atrevimiento derivada, en parte, por esa inexperiencia a la hora de abordar estas situaciones y que la universidad no te puede enseñar, ya que no todo está en los libros.
¿Tomaría Vd. la fotografía o daría rienda suelta a su pluma y prosa?