Carlos Regojo Solla
Concierto
Los "pillo" por primera vez esta primavera un poco adelantados en el tiempo, precoces como la mismísima estación meteorológica la cual parece haberse equivocado saltando los protocolos de una gradual transición con un verano adelantado de casi tres semanas. Es un fenómeno que venimos apreciando desde hace años al que no dábamos más importancia que la de suceso casi anecdótico. Pero en verdad comienza a asustar, no por considerarlo inevitable, sino por la rapidez del deterioro medioambiental que trae consigo.
Precoces -digo- los naturales; viejos, enloquecidos, violentos, insistentes, desmoralizadores,... los que rodean mi cabeza como un aura maldita día y noche a los que llaman científicamente acuifenos y me acompañan desde hace tiempo en una tortura sin razón sobre todo en las eternas horas del silencio del imsonmio.
No son muchos -los campestres ; tal vez media docena, supongo. En su tímido despertar frotan sus élitros casi sin fuerzas debido a la inactividad prolongada del invierno. Ensayan, sin duda, afinando sus poderosos instrumentos, como si fuesen los primeros músicos de una orquesta que hace tiempo no dan un concierto juntos. Me paro un instante y presto atención. Suenan a unos cinco metros del camino por donde piso. Sé que pronto le seguirán más. El prado es grande y el contagio promete todo un concierto.
Apetece hurgar como en la infancia, en su agujero con una pajita, suavemente, con técnica de niño, para hacerlos salir, molestos y curiosos mirándote con esos grandes ojos extraterrestres; atraparlos, llevártelos a casa y llenar tus noches con su charla personal plantando cara a los que se han apoderado de mi cerebro para saber quién manda.
Son ellos, los grillos.