Marisa Lozano Fuego
Receta para curar heridas
Existen muchas formas de curar heridas, unas con antiséptico y algodón, otras con prescripción facultativa. Existen muchos tipos de lesiones, unas superficiales, otras más hondas, de esas que penetran hasta el hueso y el cartílago, existen las que se restañan con Betadine y una tirita y las que requieren de un torniquete, una escayola, y mucho tiempo de soldadura.
Existen las heridas del cuerpo, que son visibles, y las heridas del alma. Ambas sangran por igual, ambas dejan huella y las últimas tardan mucho en cicatrizar, por eso de que el ectoplasma sufre de hemofilia constante, y que nuestro espíritu es frágil, le cuesta cerrarse cuando lo rasgan.
Ambas provocan lágrimas, cada vez más intensas. La receta para curar las heridas del alma es más complicada, requiere paciencia, amor y mucha constancia, hasta que sus fisuras invisibles se cierren por completo. Necesitamos palabras, abrazos, tiempo. Necesitamos conocer la causa y pasar la mano por las cicatrices invisibles, acariciar las junturas sangrantes, poner en el lugar adecuado cada glóbulo rojo y blanco, que tienen forma de recuerdo.
Cuando se hiere, sea por una discusión, un dolor, un desastre, el humano siente la piel, la epidermis, el ser, cada vez más tembloroso e indefenso.
Las heridas pueden ser de guerra, de duelo, causadas por una enfermedad, un desamor, un golpe físico o mental, un destino incierto. Cuanto menos se ven más difícil es curarlas, pero duelen igual.
Recuerdo cuando era pequeña y llegaba con una rozadura a casa, mi madre me echaba el antiséptico y luego soplaba sobre la herida para que el escozor cesase. Siempre pensé que el soplo materno curaba tanto o más que el agua oxigenada.
Cuando llegas a casa triste o enfadada por una discusión, una decepción o un tropiezo, la música suave puede ser una buena medicina para restañar esos golpes. Junto con un baño relajante, es una forma de cicatrizar las junturas de la autoestima. El cariño también ayuda, en una enfermedad o un accidente es necesario guardar reposo, seguir las instrucciones del médico, pero no menos importante apoyarse en los nuestros cuando necesitamos apoyo y aliento.
La receta más mágica cuando no se coagulan los recuerdos es componer poemas, canciones o cualquier obra nacida de las propias manos. El arte ayuda a recomponer los huesos, las venas, la mente y el corazón cuando este se acelera con taquicardia existencial. El arte nos narra la historia cuando la estamos olvidando, por falta de tiempo o exceso de presente.
Puede llevar mucho tiempo sanar heridas vitalicias, por eso es importante rodearse de amor, positividad y arte a diario, para que no sigan abiertas. El rencor y el odio no sirven, lo único que hacen es mantener la piel abierta y las llagas supurando permanentemente.
Echarles sal o reproches todavía las infecta más, cualquier negatividad o dolor hace que se abran y creen una costra de resquemor que tarda en pasar, que transforma una abertura limpia en un pozo de miseria. Nunca se curan con inquina, temor, cuentas pendientes, intolerancia o miedo.
Las vías para sanar son el diálogo, la paz, el amor y el respeto. Eso hace que se consuelen las venas, y que la sangre mane dulcemente por los cauces habituales, sin desbordar y sin crear costras.
La cicatriz cuando se curan siempre queda como una divisa, como un sello de lo que dolió y ya no duele, como un zurcido de sanación, con ribetes de lucha.
Muchas llagas de combate quedan durante años, y nos corresponde a nosotros cerrarlas con mimo y ternura, con el diálogo y la suavidad de un paño fresco que alivia los ardores de la batalla.
En forma de bordados quedan en el ser las palabras, los golpes de la vida, los disgustos, las iras, las decepciones, las nostalgias. Grabadas como tatuajes, imprimen un matiz cárdeno a la sonrisa, siendo esta testigo de todas las gestas libradas. Algunas desaparecen con el tiempo. Otras no podemos borrarlas, pero se mitigan con dulzura, cariño y fe.
Otras forman parte de nuestra identidad y nuestro camino, y las transformamos en mapas, brújulas, que nos guían por el sendero correcto a nuestro corazón. Aquello que nos daña, nos conmueve, nos estremece y nos hace llorar es aquello que deja impronta en nuestra mente y en nuestro espíritu.
Podemos tener pistas de cómo no herir el de otros si nos ponemos en su piel, esto es la empatía, estar en el dolor ajeno, compartir su desnudez y sentir como siente la otra persona. Podemos autosanarnos del nuestro si sabemos lamernos con saliva de futuro, pasando la página de dolores que se extinguieron hace tiempo y deben servirnos para aprender y avanzar.
Siempre es difícil hallar la receta para sanar heridas, no hay una única ni infalible, pues hemos de tener en cuenta que cada cual tiene la suya, personal y distinta, aunque podamos extraer factores comunes y generales de cómo sentimos dolor y de cómo borrar sus huellas.
Como siempre y desde siempre, formamos parte de ese gran tapiz que llamamos Humanidad y ello nos conlleva una serie de libertades y también de responsabilidades, una de las cuales es conocer nuestro punto más frágil y el ajeno, y tratar de no herirlo. Otra de ellas es saber ser cirujano de suturas, y coser con mimo los trozos de piel heridos cuando la corriente los ha devastado.
No existe una única receta, pero podemos encontrar ingredientes comunes en todas ellas: comprensión, paciencia, tolerancia y tiempo. Con estos cuatro componentes, además de antiséptico y un poco de filosofía, se pueden restañar coágulos producidos por el olvido y el silencio, por la furia y el ruido. Una caricia a tiempo y un abrazo también son elementos deseables en este proceso de cicatrización, haciendo que el dolor sea más llevadero y recodándonos que siempre y ante todo, aun permanentemente heridos, continuamos siendo fuertes.