Marisa Lozano Fuego
El color de las nubes
El primer día me encontraba extraña. No sabía qué cara poner o qué vestido era aquel que llevaba, todo igual, todo azul, un uniforme compuesto de falda y jersey azul marino, con blusita blanca. Y lo más curioso, un copete-palmera puesto en la cabeza, una especie de chichito parecido al de los chihuahuas. Así de esta guisa traspasé la puerta con vidriera, junto a veinticinco escolares más, niñas y niños, para entrar a lo que parecía un recinto inmaculado, lleno de mesas, sillas y un encerado negro pizarra. Sí, mi madre me había dejado allí encomendándome portarme bien, y acto seguido sonó un timbre, que en nuestros tiernos oídos retumbaba como sirena de bomberos.
Este parecía ser el inicio del primer día. Aún recuerdo cómo nos presentaron el abecedario: el reino de las letras, el rey U, la reina A, las princesas I (que tenía una mariposita encima, que representa el punto), y la princesa o (más gordita). Toda una pléyade de Monarquía para enseñarnos a leer, nuestros pequeños ojos, nuestros oídos, ávidos de las aventuras del panadero P en la montaña M se encontraban pendientes de cada movimiento y palabra de la "profe" de turno. Eran tiempos de inocencia inmensa donde cada conocimiento y cada bocadillo de jamón y queso era un acontecimiento en aquella extraña y emocionante rutina del colegio.
Este primer día me sentaron al lado de otra niña, que llevaba unos cristales en los ojos sujetos por unas patillas, que más tarde identificamos como "gafas" y nos explicaron que servían, como en el cuento de Caperucita "para verte mejor". Me acerqué a mi nueva compañera para pedirle un colorín, nos habían puesto a colorear, y recuerdo que el dibujo era de unas nubes, lloviendo encima de unos árboles. Las pinté con afán y esmero. De naranja, para más señas. Mi compañera y un par de niñas más me reprendieron sagazmente asegurando que nunca habían visto nubes naranja, que cómo las pintaba así. Impepinablemente, las nubes eran azules.
Fue la primera muestra de inconformismo de mi vida, y la primera vez que no cedí a la presión grupal: mis nubes eran naranjas, y así iban a quedarse. Por algo estábamos en el terreno de la fantasía, donde todo era posible.
Así, estuvimos largo rato parlamentando si azules, si naranjas, hasta que alguien asomó la cabeza a la ventana exterior y dijo: ¡Pero si son blancas!
Y venga toda la clase a coger una goma para borrar sus nubes, pero no se podía, el color las había inundado y la fantasía las había teñido de modo tan perenne, que nunca jamás serían blancas.
Ese primer día aprendí varias cosas, además, del abecedario: que las cosas no son siempre lo que parecen, que entre compañeros hay que ayudarse, que cada uno ve las nubes de diferentes colores porque todos, de alguna manera, llevamos unas gafas coloreadas distinto. Que siempre hay una mano o voz inocente que nos hace abrir los ojos, como en "el traje nuevo del emperador"…y que en el terreno de la Fantasía todos los colores valen y suman. De mis nubes naranjas llovían gotas azules, amarillas, rojas, lila, verdes, blancas...todo un Arco Íris de matices derramado por encima de los árboles. Nadie logró comprender el color de las nubes y nadie las pintó blancas, quizá porque cada uno, en su paraíso particular, o en su personal concepción de Cielo, lo adorna a su gusto y manera.
A los pocos años de edad, solemos creer lo que dicen los adultos acerca de diferentes realidades: la maldad, la bondad, los matices de blanco y negro en el ser humano y en la vida, el premio y el castigo por las buenas acciones. Y en las películas vemos claramente quién merece salvarse y cómo los malos son castigados por esa especie de justicia cósmica o poética. Sin embargo, en la vida aprendemos que hay tonos de grises, de naranjas, tonos que establecen matices intermedios, causas, explicaciones de por qué no se puede dividir con cociente exacto y resto justo.
A veces hay situaciones opinables, situaciones humanas diferentes, y ni los buenos son tan buenos ni los malos tan malos. Hay, por supuesto, otras situaciones que no admiten matices, sean estas cuando se daña la inocencia de una criatura o se practica la violencia.
Pero en cuestiones de juicios de valor u opinión, a veces las nubes son naranja, a veces azules, y nadie nos explica que las ideologías, religiones principios, son múltiples y varias, y que no necesariamente hay una sola verdadera y las demás erradas. Hay millones de personas en la Tierra que profesan fes diferentes, que creen en cosas distintas, y lo ideal sería convivir en armonía, como lo hacíamos en el colegio, masa de pequeñuelos cada uno de su casa, implicados en el oficio de colorear el mundo con las mismas ceras, sin divisiones ni marginación hacia ningún colectivo, porque no entendemos las desigualdades cuando nacemos, sino que se van fraguando después.
Por eso me pregunto en mi interior si es que de pequeños éramos más puros, más sabios o más igualitarios, antes de construir muros de incomprensión o división a nuestro alrededor.
Me pregunto si alguna vez miramos las nubes y nos planteamos colorear la vida como hacíamos aquellos años. Poniendo un poco de color a los grises de la tarde, a los matices desvaídos.
Me pregunto si cada cual sigue poseyendo sus nubes y si disfrutamos de las gotas de agua que nos caen en el rostro cuando los campos se hidratan con ese maná celestial.
Sí, el primer día de colegio no aprendí todas estas cosas, porque tenía muy claras las cosas que iba a aprender allí: leer, escribir, sumar, restar y convivir con mis compañeros/as.
Ahora, que de adulta se supone que sé hacer esas cosas y algunas más, sin embargo me surgen infinitas preguntas, una de ellas es cómo el ser humano es capaz de estar seguro de algo entre tantos criterios diferentes, y por qué no escucha a su prójimo para enriquecer su criterio, en vez de gritar para no escucharle. Por qué no podemos tener cada cual nuestra opinión y ponerla en común, naciendo una idea diferente y plural, con lo hermoso que sería darnos la mano, diferentes ansias y sensibilidades.
De pequeños sabíamos pensar y sabíamos sentir. Ese primer día supimos, y los restantes días también. Cada vez más conocimientos intelectuales, sin embargo, no otorgan la sabiduría del ser ni dan las herramientas emocionales o sociales para poder entender por completo el mundo.
Ensayo-error, así aprendemos, y a veces el error es mayor que el ensayo. Si de ellos aprendemos, vamos hacia delante, si los repetimos, hacia atrás como un caracol.
A veces deseo volver a ese primer día en que todo estaba tan claro, y pinté mis nubes naranjas entre una pléyade de nubes azules, y después nos sentamos todos a mirar por la ventana a ver cómo fuera llovía con pureza y transparencia infinita.