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Clamando por despidos en redes sociales
En España solíamos tener fama de ser capaces de reírnos hasta de nuestra sombra. Será porque llevamos una temporada de poco sol, pero todo lleva a pensar hemos perdido tal capacidad colectiva. O que la mayor parte de la población lleva un censor dentro, un inquisidor tremendamente riguroso con las manifestaciones humorísticas de los temas que cada quién considera intocables. Y que además está dispuesto a gastar energías para que caigan todas las penalidades posibles sobre quién tenga el mal gusto de ironizar con ese tema sagrado concreto, eso sí, presionando a un tercero para que tome decisiones y que sea ese tercero el que gestione ofensas propias. Llamamientos a la revolución y el sacrificio desde el sofá, con la calefacción puesta, algo de picar y el teléfono móvil en la mano.
Hace unas semanas un guionista de una serie de televisión, que pasa por ser una comedia, hizo una broma en su cuenta personal de twitter sobre una salve archiconocida de las procesiones de Semana Santa en Andalucía, broma que incidía sobre el tópico de una presunta carencia de formación básica en materia de lecto-escritura de los habitantes de esa Comunidad Autónoma. La serie en la que desempeña sus tareas de guionista basa su argumento precisamente en exagerar los tópicos presuntamente diferenciadores de carácter entre el norte y el sur de España. Sur de España que está geográficamente copado por Andalucía.
El caso es que un número significativo de personas llamaron a boicotear la serie si ese guionista seguía trabajando en ella, esto es, pidieron a la empresa que lo despidiesen por contar un chiste en twitter. Dejando a un lado la posibilidad de que el guionista en cuestión sea autónomo (falso o no), abordemos la capacidad del destinatario final de un producto o servicio de forzar el despido de un trabajador en función de una opinión personal, vertida fuera de la empresa y fuera de la jornada laboral. Dejemos también al margen la absoluta falta de empatía con otro trabajador, y la soberbia como consumidor de un producto por el que, en puridad, no hay un pago directo, dista mucho de ser de primera necesidad y que resulta muy fácil dejar de utilizar a título personal.
Los chistes, la ironía, son parte de la libertad de expresión. Un colectivo o una persona que se sienta denigrado por un chiste más o menos afortunado tiene vías legales para denunciarlo ante los tribunales, si considera que se ha pisado el límite del derecho a la libertad de expresión justo en donde hace frontera con el derecho al honor y a la integridad moral. Denunciar al autor del chiste, no a la empresa en la que trabaja, al colegio en el que estudió, a sus profesores de ética, a sus mejores amigos y a su círculo familiar más cercano, ya que, si se analiza en sentido extenso, tendrían cierta responsabilidad en los hechos al no haber conseguido evitar que tenga tan mal gusto al escoger el objeto de sus chanzas. Los límites del humor en eterna revisión cuando no se adaptan a nuestra perfecta concepción del cosmos social.
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