Marisa Lozano Fuego
Saturday night
Nos mecíamos en la pista con una serie de poses absurdas, vuelta que vuelta, las manos rodando, contagiados por ese espíritu que "didirarará" tan marchoso. Saturday night, las noches en que salíamos a tomar nuestro ingenuo zumo de piña, tal vez aderezado con algo de Malibú, o una Estrella, siempre con la ronca emoción de que la noche pasara despacio porque había toque de queda a las doce y la Cenicientada terminaba.
Confieso que era mucho más excitante en la quincena que en la treintena, anoche hice un curioso intento de recuperar la juventud.
Me planté un vestido con brillo, desafiando la ley de la gravedad, me pinté los labios de rojo y salí llena de fe dispuesta a demostrar que la generación ochentera no ha muerto.Que aún molamos. Amistades de la pandilla, reunidas de nuevo en la noche, tratando de recordar cómo era aquello del Saturday night.
En primer lugar penetramos en un garito muy dudoso donde un individuo enrollado trató de invitarnos a algo verde. Chupitos. Pretendía que lo bebiéramos, pero su color a Fairy me despistó. No suelo aceptar invitaciones de desconocidos, menos cuando son de detergente. Para eso, me llevo el de casa. El caso es que, haciendo gala de mi siempre espíritu de Holmes, averiguo que aquello es absenta .O eso me dicen. Sigo pensando que se trataba de detergente, en cualquier caso si mi amiga y yo llegamos a consumir aquel brebaje estoy segura de que hoy no estaría escribiendo esto. Mis arterias ancianas ya no son valientes. Le puse dos euros encima de la mesa, decliné la invitación y le invité a consumirlos a mi salud. No lo hizo. Eso corroboró mi idea inicial de que se trataba de Fairy de noventa grados.
Huimos de allí despavoridas mientras un muchacho sospechosamente espìdico chillaba "no os marchéis, que aún queda lo mejor".
Lo mejor debía ser lejía. Cómo han cambiado las cosas, pensamos, y qué bien estábamos con nuestros zumitos y nuestra inocente crema de orujo.
El segundo bar fue más chulo, encontramos gente enrollada y el ambiente era distendido, rockero, dulce, cultural. Allí nos aposentamos un rato a la espera de encontrar un lugar para mover las caderas. Concretamentente las mías han aumentado su volumen, por eso deseaba saber si sus bisagras aún giraban. Aquellos tiempos del ventilador en Carabás eran la leche, sobre todo cuando se te revolvía el pelo y debías ganarte el lugar a empujones. Pero molaba estar arriba, porque abajo no se cabía. Creo que la gente se sentía poderosa al subirse a algún tipo de pódium, estrado…sigue pasando.
Bueno, el caso es que el tercer bar, a tan temprana hora, no reunía las condiciones para bailar. Es que en nuestra época quedábamos a las ocho de la tarde, tomábamos el chocolatito o café, íbamos a la disco y a las doce en casa. A la una, luego iba subiendo, al alcanzar la mayoría de edad, pero todo dependía del permiso de las amigas.
Pero es que ahora la marcha empieza a la una y acaba en el after. Si es que hay after algo, en mi caso el karaoke es la opción más relajada. El de Echegaray en concreto, un lugar tranquilo, agradable, donde puedo cantar sentada mi ramito de violetas, o mi Jurado, o puedo tomarme una caña sin que me enronquezca el reggaetón.
Pero continuemos. Penetramos en un lugar semejante a un zoológico. Criaturas de quince años, quizá más, quizá menos, se retorcían como serpientes en posiciones imposibles que escandalizaban mi ancianidad.
No entendía ni nunca entendí qué era aquello del tuerking. Cuando lo presencié en directo, comprendí que un chimpancé pueda enseñarnos danza moderna con mucha más elegancia y donosura. Concretamente no entiendo que el pompis deba estar a la altura de una cara, yo es que intentaba bailar y tenía traseros, piernas, ojos, codos, por todas partes, que se me metían en los ojos.
Me observaban como a una especie de elefante viejo que se tambalea entre una panda de gacelas. Pero yo no me rindo fácilmente.Opté por acercarme a la barra a pedir una consumición. El muchacho trató de fotografiarme con una cámara de esas que cuestan una pasta. Era más grande que él. "Es para el jefe, para la publicidad", dijo.
Le observé con cariño. Mi perverso pensamiento fue "el jefe tiene quince años y está en plena explosión hormonal. Que se haga un nudo en la Nixon".
Mi mensaje explícito fue: "tranqui, la foto mejor la hago yo con mi móvil, la pongo en el Insta y salimos todos, y la publicidad se la doy yo". Desistió de su intento.
Para calmar la situación, dos muchachas muy simpáticas se acercaron a ofrecernos una especie de jeringuillas (sin agujas, claro) cuyo interior contenía otro sospechoso líquido verde (el Fairy arrasa entre la juventud de hoy).Le llamaban licor de melón. Fue todo un detalle.
Primero te chutan Fairy y luego se hacen una diana con tu cara. A saber quién y para qué. También huimos.
Las articulaciones dobles siempre son de admirar, pero empezaba a sentirme reamente artrósica por no poder imitar los movimientos sofisticados de aquella prole jovencilla.
A los doce años yo hacia algo parecido al ballet, pero ni parecido era.
El caso es que la cuarta opción fue mucho más apasionante.
Subimos a la la tarima de un lugar (dejando al lado la vergüenza, todo el mundo estaba flipando con Fonsi y el Despacito) y nos entregamos a la pasión de Eva María con el Sol en la playa, De Mónica Naranjo en Desátame…y sí, también del Despacito.Lo confieso. Mis caderas parecían funcionar y la población superaba la mayoría de edad. Todos nos sentíamos elefantes y buscábamos el mismo fin: recuperar la juventud perdida.
Un tío muy guay, eso me dijo, se subió a nuestro lado y empezó a acaparar tarima (hay cosas que no cambian). Acto seguido me mostró su anillo de casado (no fuera a ser que la proximidad me diera esperanzas, ciertamente su meneo de menisco era realmente sensual).
Pero hete aquí que su esposa, bellamente vestida de Afrodita , acudió a rescatar a su hombre de las garras de la tentación. Menos mal que se lo llevó y entonces tuvimos más sitio. Sinceramente me conmueve esa curiosa sensación, ya presente en mi adolescencia, de que las tarimas se acaban y los hombres también. Sinceramente ahora mismo no daría un euro por ninguna de ambas patentes. Me agota. Estoy decididamente mayor.
La pantalla de mi móvil se estrelló contra el suelo y sentí la necesidad de ir al baño. La gente sigue haciendo cola y contándose sus vidas. Creo que por eso van. Miccionar no es el propósito principal. Lo que no comprendo es por qué se siguen encerrando de dos en dos, o tres e tres, y tardan media hora. Ingenua de mí.
Yo voy, me pinto los labios y salgo. Imagino que el Fairy también se distribuye en polvo. O a lo mejor no, no lo sé. Tal vez les agrade mirar.
En fin, que termino la noche haciendo nuevas amistades que me demuestran que la ética existe y que no todos los muchachos desean una copa o un beso.
Personas de una edad similar y que buscan una conversación grata, y que tienen el detalle de acompañarnos un trecho simplemente para charlar.
Mi ramito de violetas en ese lugar que es como mi casa ayer resultaba algo afónico, pero estaba lleno de gratitud
Dedido de facto que ahora el Saturday Night no es lo mío, pero no pierdo la esperanza…Siempre me quedará La Luna. Al menos allí sentiré que mi ancianidad se respeta, y sé que no ofrecerán Fairy ni harán tuerking en mi nariz.