Manuel Pérez Lourido
Insultos y palabras
Un futbolista insulta a un contrario durante una trifulca en el transcurso de un partido. Hasta aquí todo parece normal, entendiendo por normal aquello que no escandaliza aunque sea bochornoso porque se produce con cierta frecuencia. Es normal que el insulto se dirija al contrario, es normal que esto suceda durante los conatos de peleas de gallo que los comentaristas denominan "tangana" (también vale "tángana") y es normal que todo esto acontezca jugando al fútbol. Por cierto, habría que estudiar esta querencia de los locutores deportivos por términos cuasi esotéricos, como tangana, cuando la RAE los define como: follón, jaleo, pelea. La sonoridad de follón y sus connotaciones fonéticas son insuperables, pero uno elegiría el extraordinario "barullo", de origen portugués.
Dominada la digresión precedente, sigamos con el insulto del fubolista: "negro" le llamó a su adversario, que era negro. Hasta aquí todo sigue siendo normal, no hubo rastro de daltonismo o similares. Lo que ya no es tan normal es lo que declaró el vituperador cuando tuvo las pulsaciones bajo control y un micrófono delante. "En ningún caso mi ánimo fue racista", dijo. Acabáramos. Insultar sí, pero racismo no. Te llamo "negro" pero debe prevalecer mi ánimo de insultarte sobre cualquier consideración acerca del insulto elegido. Yo no soy racista, sólo insultador. Tengo amigos negros. Familiares negros. Yo mismo soy negro en mis ratos libres.
Bueno, todo esto pasó entre un jugador del RCD Espanyol y otro del FC Barcelona y hay que aclarar que el primero le pidió disculpas al segundo y fue entonces cuando dijo lo de que su ánimo no fue racista. Se entiende perfectamente: su intención era provocar al otro, decirle algo que le molestase lo bastante ("molestar" es eufemismo aquí) y no estaba pensando que ninguna etnia fuese inferior a ninguna otra. Algo así como cuando un andaluz te llama "hijoputa", que puede ser hasta cariñoso.
Señores, las palabras no son asépticas. Las palabras construyen pensamientos, fijan ideas, levantan el ánimo o lo hunden, dejan huella. Pueden perfumar un instante o hacer que hieda. Pueden herir, pueden matar. Conducen al amor o al odio. Tengamos cuidado con las palabras que elegimos, hasta para insultar.