Kabalcanty
Sobrevivientes (28)
El líder del grupo iba al frente de los asaltantes, llevaba a Amedo cogido del brazo y su cuchillo Combat amenazando al doctor. Apartaban sin contemplaciones lo que se iban encontrando en el pasillo, incluso un enfermo, que se arrastraba fuera de su cuarto, recibió un fuerte puntapié en el rostro que le volteó violentamente dejándole inconsciente bocarriba.
Las pisadas del grupo y los disparos aislados que provenían del exterior del Hospital Sur envolvían el extraño ambiente.
— ¿Sería reiterativo volverle a repetir que pierden el tiempo?
Dijo el médico, tratando de frenar la avanzada.
— Mira, matasanos, hemos venido a por las vacunas y túuuuuuuuuuuu -dijo el líder recalcando la palabra en el oído del otro- nos las vas a dar ¿Queda clarito?
Cuando entraron en el despacho de Amedo todos los de adentro se arrinconaron contra una de las paredes de la habitación.
El líder, elevando la voz mientras meneaba su cuchillo señalándolos, explicó con su lenguaje soez el motivo del asalto del grupo.
— ...Y me importa una mierda que me tenga que llevar por delante a quien me lo impida.
Genoveva ahogó un sollozo aferrándose al brazo de Cañas.
— Me voy a ir cargando uno por uno -decía el líder desde el centro del cuarto- hasta que alguien me diga, de una jodida vez, dónde están las vacunas. No va a ser un espectáculo bonito, así que es mejor que sepa cuanto antes lo que vosotros sabéis.
Camacho dio un paso al frente y alzó la mano.
— ¿Tienes algo que decir "chino"? -preguntó el líder, arqueando sus cejas cómicamente.
Varios del grupo de los asaltantes rieron al mote que le sugirieron los ojos rasgados del médico.
— Les aseguro que no tenemos vacunas, el Gobierno las controla al máximo y las dispensa con cuentagotas; el doctor Amedo ya se lo habrá explicado.
La dulzura del rostro joven del doctor la eclipsaba un acaloramiento que torneaba sus mejillas y oscurecía sus ojos claros.
Paco se acercó al líder por la espalda, lo que provocó un giro violento de este en actitud defensiva.
— Yo sé quién sabe de esto -dijo Paco sin perder la mirada del líder.
Entonces señaló a Ruiz que estaba detrás del doctor Camacho.
El líder agitó jocoso su dedo índice en dirección al aludido.
— ¿Estás seguro que este gilipollas lo sabe?- pronunció, mientras Ruiz se acercaba despacioso- No me gusta la jeta de este tío, se parece mucho a la mía.
Estalló en una carcajada secundada por algunos del grupo de los asaltantes.
— Yo mismo le haré hablar -dijo Paco sugerente- Le conozco y sé cómo hacerle cantar.
Al líder pareció gustarle la salida y le cedió su cuchillo con una prosopopeya que le hizo inclinarse ligeramente para tenderle el arma como si fuera una corona.
Ruiz encaró a Paco con las manos metidas en los bolsillos. Tenía el rostro fatigado, hundidos los pómulos y la boca atrapando los labios.
— Déjenme un momento -terció Amedo acercándose a ellos- Antes de que ocurra alguna desgracia deseo que manejemos la razón. Ya os he dicho que en el hospital no hay vacunas, por desgracia, pero iré más allá: todo esto no es más que una operación para que nos enfrentemos los de este lado entre nosotros. Hay una conspiración, sí, una conspiración desde el mismo Gobierno para acabar con el excedente humano que le procura la clase trabajadora; es un entramado a nivel mundial con gente muy poderosa de por medio. La Epidhemia es una invención, tristemente veraz, para sembrar el caos y aniquilarnos en este gueto que se ha convertido esta zona de la cuidad. No es palabrería lo que digo y, si me permitís, tengo pruebas convincentes para que veáis que es cierto lo que os anuncio. En mi mesa, bajo el cajón de la izqui...
— ¡¡Basta ya!! -gritó desaforado el líder en la misma cara del doctor y dándole un empellón que le hizo perder el equilibrio- ¡Queremos las vacunas de una puta vez! Y déjate de lavarnos y cerebro y querer ganar tiempo, matasanos.
Se volvió hacia Paco y sacudió la cabeza.
— Vamos Ruiz, sé amable con nosotros y cuéntanos -dijo Paco, empuñando el cuchillo- Llevas mucho tiempo aquí metido y tú sabes tanto como ellos. No querrás que me enfade ¿verdad?
Ruiz apenas movió un músculo: respiró sonoramente y exhaló el aire como con una profunda resignación.
— Me da igual todo, Paco... incluso tú y todos estos.
Paco le clavó el cuchillo en el estómago repetidas veces, enseñándose incontenible. Se escucharon las ahogadas exclamaciones de los del lado de Camacho mientras Ruiz se doblaba sobre un charco de sangre.
El líder le arrebató el cuchillo a Paco y le empujó contra el grupo de los asaltantes.
— ¡Joder, no le has dado tiempo a que dijera nada! ¡Eres un jodido capullo! -gritaba al tiempo que daba vertiginosos giros lanzando cuchilladas al aire- ¡Todos sois unos jodidos capullos!
Paco escudriñaba sus manos sanguinolentas y asentía para sí con la mueca del espanto pintada en sus ojos.
Se escuchó la primera detonación, lejana, tal vez en la puerta del hospital. La segunda, apenas instantes después, se oyó en el pasillo y les hizo tambalearse a todos mientras se abalanzaban a la puerta para salir del despacho de Amedo. La tercera derribó el techo y les envolvió en una polvareda gris que, con brevedad, se fue haciendo más escarlata. Se oían lamentos y maldiciones, derribos de tabiques, fuego que calentaba un alrededor ignoto... La cuarta y quinta explosión sacudió toda la mole del edifico y pareció ladearle como si fuera una embarcación a pique.