Manuel Pérez Lourido
El estado de las cosas
Del otro no se puede esperar nada bueno. Porque sí, o sea, porque no. Porque el otro no soy yo. El otro no se puede equivocar. No importa, además que sea la otra, incluso es peor si lo es, al menos en el mundo en que vivimos. El otro o la otra es una entidad ajena a mi, que soy quien establece las reglas y quien delimita la distancia. Las reglas que dictan las reglas y la distancia que nos separa. Del otro no se puede esperar más que error, demagogia, mentira, equivocación. El otro o la otra es una conjunción de calamitosos pensamientos que tienen como fin mostrarme el camino para saber a qué tengo que oponerme.
No importa si alguna vez me da la impresión de que el otro o la otra dice algo que tiene un poco de sentido, algo a lo que podría prestar mi aprobación: esa es la señal de que debo estar alerta para reafirmar mi oposición a lo que el otro o la otra representa. Todos mis mensajes, todos mis argumentos, mis afirmaciones, estados de facebook, textos en twitter, actualizaciones de instagram, pensamientos articulados gramaticalmente... todo eso no tiene otro fin que afirmar mi equidistancia ante lo que el otro o la otra representa, puesto que soy exactamente lo opuesto a cuanto el otro o la otra personifica.
El primer mandamiento de los seres concebidos para existir en formato digital es poseer un contenido definido por argumentos que se enfrentan a otros contra los que combaten. El ying y el yang son una mentira ecológico-ecléctico-oriental que pretende minar la esencia de la verdad (que es la que yo detento). La única razón del posible diálogo es la conquista de posiciones ajenas a cambio de un trozo de mis razones. En el fondo del pozo de la injusticia se sienta el otro o la otra intentando lanzarme dardos cuando me asomo a él.
Todo esto ad infinitum.
Y así nos va.