Beatriz Suárez-Vence Castro
El reto de Septiembre
Para los que nos dedicamos a enseñar, septiembre y octubre son meses de retos. La enseñanza privada en grupos reducidos te permite desarrollar una relación muy cercana con tus alumnos.
En uno de los whatsups que mandan las madres y padres me pedían que hablara con una de las chicas que empieza este año bachiller porque va a ser un año importante para ella y está, como casi todos a su edad, sin saber muy bien qué hacer. Es buena chica y buena estudiante pero tiene mil dudas.
Cuando se acaban las vacaciones y llega septiembre con todo un curso por delante, las fuerzas de los profesores también flaquean y tenemos dudas, a pesar de ser adultos, sobre si nuestro esfuerzo merecerá la pena. Así que el hecho de que una madre confíe en ti para además de mejorar el Inglés de su hija, hable con ella de otras cosas que puedan preocuparla porque sabe que te va a escuchar inclinan la balanza de nuestras dudas hacia el lado positivo.
Soy de las que opinan que no se puede enseñar ninguna materia a nadie que no esté concentrado por el motivo que sea en lo que estamos intentando que aprenda. Pero por otro lado, estrictamente, los padres me confían a sus hijos para que les enseñe Inglés. Punto. Esa es mi labor. Y cuando cruzo la línea pienso que quizá me esté extralimitando. Por eso cuando encuentro la confianza y el apoyo recíproco supone una inyección de optimismo.
Recuerdo una clase años atrás con dos hermanos. La niña estaba muy preocupada a pesar de ser tan jovencita por un examen de otra materia que tenía al día siguiente. Se le había metido en la cabeza que lo llevaba fatal e iba a suspender y no quería de ninguna manera perder su tiempo en una clase de Inglés con ese examen a las puertas. Yo también era muy joven y seguí mi instinto. Dedicamos la primera media hora de clase a tranquilizarnos todos: su hermano, ella y yo, porque los nervios previos a un examen pueden ser muy contagiosos, y a repasar la otra materia que era Coñecemento do Medio.
Cuando la niña se convenció de que sabía todo y de que no iba a suspender, fue capaz de aprovechar el resto de la clase y rendir como solía hacerlo. Para su hermano también resultó entretenido porque me ayudó a "tomar" la lección a su hermana, en lugar de chincharla al empezar la clase, para variar. A mí me sirvió para controlar un momento que parecía fuera de control.
Posteriormente le conté a los padres, ya que me pagaban una hora de Inglés, lo que habíamos hecho y como la gran mayoría de padres resultaron extraordinariamente comprensivos. Esa confianza es la que no tiene precio.
Enseñar algo, lo que sea, parece más fácil visto desde fuera porque todos pensamos que, habiendo sido alumnos en algún momento de nuestra vida, y habiendo asistido a clases con tantos profesores, podemos hacerlo bien. Cuando estás al otro lado es cuando de verdad admiras a quienes te tuvieron como alumno.
No es la de maestro una profesión lucida, de relumbre. No tiene el prestigio ni el sueldo de otras profesiones en las que se entiende que, por ser más técnicas, tienen un mayor grado de dificultad. Y sin embargo no hay nada más difícil que hacerse un huequecito en la mente de alguien para que, lo que plantas ahí, consiga dar fruto.
A veces termina el día y ni siquiera sabes si lo has hecho bien porque no tiene un resultado inmediato. Los resultados se ven a largo plazo y esto choca con la sociedad de la inmediatez en la que nos ha tocado vivir. Pendientes siempre de acabar las cosas "para ayer", de las prisas, de" lo quiero ya y lo quiero perfecto". Las mentes, sobre todo las que aún están a medio formar no tienen un mecanismo de encender y apagar. Hay días buenos y malos. Días en que un alumno está triste o cansado. Y hay que encontrar la manera de llegar hasta él. Y eso no se consigue con ningún interruptor.
Así que, cuando después de muchos años dedicados a entender la manera de llegar, habiendo conseguido hacerlo unas veces y otras no, porque no siempre se entiende la manera en que uno hace las cosas, llega un padre o una madre , en septiembre, y no pide un sobresaliente para su hija como si tú pudieras conseguirlo y entregárselo envuelto en papel de regalo, si no que te dice: "Empieza ya. Habla con ella", solo puedes dar las gracias y sentirte muy, muy afortunada.
Empezamos pues un nuevo curso. Vamos a abrocharnos los cinturones porque atravesaremos turbulencias, seguro, pero sobre todo, disfrutemos el vuelo.