Manuel Pérez Lourido
Chiquitistán en Eurovisión
Eurovisión. Euromillón. Un festival dicen que cada vez más caro y en la diana de las casas de apuestas. Como alguien que no tiene ni la más remota idea de ni uno solo de los participantes de este año, soy la persona idónea para pontificar sobre este maléfico concurso. Maléfico para nuestro país, ya que suele sacar lo peor de nosotros mismos: desde la ironía suicida de Micky con "Enséñame a cantar" a los pinreles descalzos de una desorientada Remedios Amaya preguntando por el piloto de su barca que a la deriva la llevaba, pasando por el infame peloteo de Rosa de España y su "Europe's living a celebration". Aunque el cenit lo alcanzamos con Rodolfo Chikilicuatre. Hubo un antes y un después de aquello. He ahí la definición: "aquello". Desde entonces nos la tienen jurada, aún más quiero decir. Sin embargo, un pormenorizado rastreo de participantes y temas, puede arrojar jugosas evidencias. Por ejemplo: el año de la muerte de Franco, enviamos a Sergio y Estíbaliz con el tema "Tú volverás". Al año siguiente lo arregló Braulio con "Sobran las palabras". Tiempo después Las Ketchup participaron con "Un bloody Mary" y eso que de aquella no triunfaba aún la Roja. Y sería interesante saber como tradujeron por ahí adelante el "Que me quiten lo bailao" de Lucía Pérez en 2011. Una frase que resume cierta actitud vital.
Eurovisión ha cambiado varias veces el sistema de puntuación. Primero desmontaron el sistema de voto puro (es por llamarle algo) y establecieron uno mixto de jurado y televoto. Y ultimamente los votos de los países ya no se computan uno a uno sino que se suman de golpe (y porrazo, sobre todo en nuestro caso), de modo que puede haber un vuelco final y una sorpresa morrocotuda. Así se aseguran audiencia hasta el final y se ponen a prueba los sistemas cardíacos. Puestos a buscar alicientes, habría que estudiar la posibilidad de dejar el televoto en manos de colectivos especialmente significados. Forocoches, por ejemplo.
Llegados a esta línea, no hagamos más el remolón sino una confesión sincera: un año más, hemos hecho el ridículo. Primeros por la cola. La pobre víctima escogida incluso soltó un par de gallos para no dejar duda alguna de qué lugar nos correspondería. He leído artículos en internet que citaban la reducción de horas de música en los planes de estudios. No se consuela el que no quiere.
Menos mal que ganaron nuestros primos segundos, menos mal que nos queda Portugal.