María Biempica
El dilema
Esta mañana durante el desayuno mi hijo de once años me espetó "sabes mamá, he decidido que voy a ser socialista". Continué untando la tostada serenamente aunque en mi interior estaba deseando que llegase el momento de que se fuesen al colegio para llamar a mi madre y pedirle consejo ante tal revelación.
Tras despedirnos con mi habitual beso y sus frecuentes caras de agonía y mientras intentaba que la sosegada expresión de mi rostro no desvelase mi verdadero estado de absoluta conmoción, resolví despertar a mi madre ipso facto, pues un asunto de tal envergadura necesitaba de una ardua estrategia para cortarlo de raíz cuanto antes, pues considero que ya me llega con que mi otro hijo sea del Atlético como para reunir dos sufridores en casa.
Segundos antes de que descolgara el teléfono recordé que años atrás debió de sentir mi madre la misma conmoción cuando yo le confirmé que iba a ser concejal en mi ciudad por el Partido Popular. Y es que Dios castiga sin piedra ni palo. Y uno nunca sabe de dónde le van a venir las piedras ni quién le va a tirar el palo.
Por lo que me encuentro ante una compleja disyuntiva que no consigo resolver. Un dilema difícil de solventar: si debemos intentar reconducir las opciones de nuestros hijos hacia alternativas más convenientes y satisfactorias o dejarlos decidir libremente sin influencias ni presiones para que continúen ellos solos por su ya escogida senda del padecimiento.
Lo más probable es que no recordemos el momento exacto en el que decidimos decantarnos por un equipo de fútbol o por un partido político. La razón por la que tomamos esta decisión la encontramos hipotéticamente en nuestro entorno.
En cambio, una mujer cuando se decanta por un hombre es sencillamente por una cuestión de química. La misma química que debieron sentir mis hijos para elegir ser del Psoe y ser colchonero. Porque si no se trata de química…. es que no lo entiendo.