Félix Hernáez Casal
Navidad, Malta y un equipo llamado Binéfar
Desde hace bastantes años nuestra liga de fútbol en todas sus categorías paraliza su actividad con ocasión de las fiestas de Navidad. En Primera División se hizo una excepción la temporada pasada colocando una jornada en 30 de diciembre por lo apretado de un calendario que se coronaría con la Eurocopa de Francia y gracias a la cesión del colectivo de futbolistas que tienen reconocido por convenio el derecho a una semana libre a finales del mes de diciembre.
Salvo el caso que se acaba de citar son ya muchos años en los que el fútbol español se "apaga" a veintipocos del último mes del año para reaparecer en los primeros días de enero casi siempre con una jornada de la Copa del Rey.
Sin embargo, los partidos celebrados en los días previos al comienzo de las fiestas han tenido en mi infancia y adolescencia un halo medio mágico que se aliaba con fuerza a los ya de por si especiales días que para un niño desprenden estas fechas.
Es posible que esta sensación tuviera su punto de partida en el año 1983.
El que esto escribe era un mocoso que acababa de cumplir once años y que el día 21 de diciembre de ese año estrenaba vacaciones escolares de Navidad con la alegría y despreocupación propias de esa edad en la que Nochebuena, la Navidad, Nochevieja o sobre todo los Reyes Magos constituían una aventura llena de ilusión que nunca querías que terminara.
El caso es que ese día 21 de diciembre de hace más de tres décadas hallábase este crío mofletudo y paliducho esperando con paciencia a que empezara un partido cuyo objetivo parecía auténticamente imposible. La Selección Española (que por aquel entonces era lo más parecido a un dolor de muelas vestido con camiseta roja y pantalón azul) se enfrentaba al caer la noche en Sevilla al combinado de Malta con la obligación ineludible de meterle 11 goles (11 nada menos) para logar la clasificación para la Eurocopa de Naciones que se celebraría al verano siguiente curiosamente también en Francia.
La "cosa", como es fácilmente comprensible, estaba en "chino" y ni siquiera la evidente flojedad de la selección maltesa hacía presagiar que el tema pudiera acabar en "fiestorro". Y más cuando en el minuto 2 de encuentro España se encontraba con un penalti a favor y lo fallaba. Y todavía más cuando tras marcar el 1-0 el simpático equipo contrario conseguía el empate tras largar un zapatazo desde La Valeta que tocó la espalda de un defensa y encontró a Buyo en el plató del "El chiringuito de jugones" y no en la portería española obligando a los nuestros a aumentar la cifra de goles a 12. Y en definitiva, todavía más (sí, más) cuando al descanso el resultado reflejaba un escaso 3-1.
Pero he aquí que tras el intermedio se iba a producir el "despelote" (perdón por la expresión) más grande que he visto hasta ahora sobre un terreno de juego. Los goles empezaron a caer uno detrás de otro como hojas arrebatadas por el viento de otoño a las ramas de un castaño.
Rincón, gol; Rincón otra vez gol, luego Maceda cual ariete nibelungo "enchufaba" otro par, Santillana, Sarabia… El caso es que no se supo muy bien porqué España llegó al minuto 83 con el resultado de 11-1 sin que al bueno de Alfonso Azuara le hubiera dado soponcio alguno mientras acompañaba desde la banda el cántico de los goles al siempre sobrio José Angel de la Casa que pugnaba por no venirse abajo en cualquier momento. Y en ese minuto 83 llegó ese rechace, ese balón a la frontal y el lanzamiento de Señor que acabó de una vez por todas con la garganta de De la Casa y sacó a relucir la "chulapería madrileña" del seleccionador Miguel Muñoz que nada más besar las mallas ese balón para el 12-1 le aseguraba a Azuara "que todavía íbamos a meter tres más".
No me digan ustedes que para un chaval de once años que había descubierto el balompié tan solo tres o cuatro años antes el asunto no tenía miga. Vacaciones de Navidad, partido internacional y milagro de la multiplicación de los peces y los panes en el Benito Villamarín. Lo raro es que no me hubiera hecho creyente para siempre y no me hubiera convertido en el "hereje" que soy a día de hoy.
Pero esta anécdota que es de conocimiento general no ya para los "futboleros" sino para mucha gente a la que no le interesa demasiado el deporte rey pero que aquel día no pudieron evitar abrir los ojos con asombro ante lo insólito de lo sucedido, no es la única que al que esto escribe le ha hecho recordar para siempre con cariño estos partidos jugados en vísperas navideñas.
Situémonos ahora sólo dos años y un día más tarde, el 22 de diciembre de 1985. Ese día jugaba el Pontevedra el partido correspondiente a la jornada número 17 de la Liga de 2ª B de la temporada 85/86. Rendía visita a Pasarón un equipo que no ha vuelto a jugar aquí desde aquel día que ahora rememoro, el Binéfar.
El ambiente en el estadio era el típico de esos días previos a la Navidad. Creo recordar que el club ponía en los accesos a Tribuna un modesto árbol y hasta el vendedor de la rifa se ataviaba con un gorro de Papa Noel. Hacía frio y una lluvia persistente dotaba al césped de esa pesadez casi desaparecida en los tiempos actuales.
La temporada que casi había llegado a su ecuador estaba siendo normalilla y esas tradicionales ansias de estar arriba no se habían diluido del todo pero se habían atenuado ante la situación clasificatoria del equipo. No sé si fue por acción de ese mismo "duende" que dos años antes había trabajado para convertir el España-Malta en un festival inimaginable pero lo cierto es que el Pontevedra CF se transformó en huracán en algún momento del partido y tras llevar empatado el partido a un tanto empezó a marcar goles sin descanso hasta dejar el marcador al final del partido en un colosal 8-1 que creo que el equipo no ha vuelto a repetir en casa desde aquel mágico (otra vez mágico) día de finales de 1985.
Ese resultado fue por desgracia un espejismo y el Pontevedra protagonizó una mediocre segunda vuelta e incluso perdió 1-0 en Binéfar cuando hubo que devolver visita al equipo aragonés. Pero lo cierto es que estas dos goleadas impresionantes (una famosa y la otra no) marcaron de algún modo mi actitud ante los partidos jugados en vísperas de Navidad.
A lo largo de los años he buscado a ese escurridizo duende cada vez que asistía en esas fechas a ver al Pontevedra pero nunca más ha aparecido. Los resultados se tornaron en normales y no pude presenciar más goleadas alucinantes.
Pero a pesar de ello (y a pesar también de mis 44 "castañas" recién estrenadas) cada vez que a principio de temporada examino el calendario y compruebo que el Pontevedra jugará en casa en fecha muy cercana a la Navidad no puedo evitar ese cosquilleo interno que me recuerda de forma instantánea a aquellos desventurados malteses y a la camiseta azul con la que vestía el Binéfar.
Si les digo la verdad, no he perdido la esperanza de que algún día ese duende aparezca de nuevo y este artículo de hoy pueda tener una segunda parte.