Manuel Pérez Lourido
Voz Dylan
Cierta tarde de domingo de hace miles de años, un preadolescente pontevedrés disfrutaba en casa del programa "Fantástico" que conducía el bigote corpóreo llamado José María Íñigo. En la sección llamada "El Conseguidor" dieron lectura a la comunicación de un espectador que solicitaba unas imágenes en video de alguien que se hacía llamar Bob Dylan. Acto seguido ocupó la pantalla un tipo con un trapo blanco sobre la cabeza para cubrirse de la lluvia que el viento metía en el escenario. La banda tocaba uno de los temas luego recogidos en el directo "Hard rain", pero esto el muchachito aún no lo sabía. Se había quedado hechizado por el voltaje eléctrico de la canción y por aquella flaca figura que escupía sílabas como si le fuese la vida en ello. Fue la última vez que quiso ser alguien distinto a él mismo.
Los años pasaron y aquel jovencísimo espectador se convirtió en fan entregado del músico de Duluth así como de la música rock en general. Tradujo las letras de sus canciones, desde los primeros momentos de reivindicación social y sonido folkie hasta el surrealismo que envolvía los temas de sus discos más clásicos y ya eléctricos, pasando por las alabanzas evangélicas, los alegatos existenciales, los amores torcidos, los homenajes a los clásicos norteamericanos... En todos esos discos latía el genio de alguien que estaba dispuesto a ser él mismo por encima de los gustos de su público, de las modas reinantes y de las directrices de la industria musical. La fuerza de quien no quería ofrecer un repertorio de melodías conocidas para el karaoke de la audiencia, sino preservar la potencia de las letras en un envoltorio distinto casi en cada gira.
Un hombre dotado de una voz peculiar, que logró imponer en un negocio escéptico a que lograse éxitos de ventas si no cantaban sus temas gentes como Peter, Paul & Mary o The Byrds.
Dylan, el tipo con más versiones grabadas por otro, el músico con más ediciones piratas de sus directos, abrió camino para que a otros maravillosos músicos como Tom Waits no le resultase un escollo insalvable su voz poco convencional. Navegó siguiendo su propio rumbo y muchos aprovecharon el impulso de sus olas. Dylan es uno de los músivos vivos más respetados e influyentes.
Se puede cuestionar la decisión del jurado del Nobel de Literatura en el sentido de que Dylan no es un escritor puro, sino un músico puro (aunque sus letras sean literatura) pero, puestos a premiar a uno de estos, nadie más apropiado. Sus composiciones abarcan una amplia paleta, en temas y tratamiento y una vastísima producción (seis kilos pesan sus letras editadas en papel). Todo esto es algo que no pueden exhibir otros colegas como Randy Newman, Nick Cave o Leonard Cohen, por citar a tres magníficos letristas.
Hace pocos días, aquel preadolescente enganchado a la química eléctrica del Nobel de Minnesota, el pelo ya gris, buscó en el smartphone noticias del Nobel, deseando que el agraciado fuese Don de Lillo. La reacción al leer el nombre de quien antes se llamó Robert Zimmerman fue muda. Solo una enorme sonrisa.