Kabalcanty
El mal también bebe cerveza (13)
Colgó el teléfono. Se acercó a la ventana entreabierta y subió la persiana dando un tirón a la cinta. La primavera empezaba a dejarse notar en las tardes. El viento movía ligeramente las hojas de los árboles de Madrid Río como si el aire trajera una advertencia de calidez que hacía cualquier movimiento más pesado. A su izquierda, más lejos, en el solar de lo que fue el estadio de fútbol Vicente Calderón, se levantaban varios bloques de pisos que se presumían como los más caros de la zona sur de la capital. Las grúas movían su cuello rígido sobre un hormigueo de operarios a sus pies.
Precisamente ahí se detuvieron los ojos azules de Pilar Urquijo, en el bullir hacendoso de la inmensa obra. Escudriñaba cómo si a través de la escena penetrara en otra visión; sus ojos permanecían fijos, clavados en una realidad monótona que ya llevaba varios meses frente a sus ventanas. Sus ojeras, apenas sin maquillaje a aquellas horas de la tarde, colgaban gríseas abombando sus pómulos. Tragó saliva y entornó los ojos para librarse de aquella apariencia que la transportaba al dolor como le ocurría en el último medio año.
- Te he traído también una cerveza, Pili -entró en el cuarto un hombre de mediana edad, rubio y bronceado, con el pelo entrecano cubriéndole la mitad de las orejas y cortado con mucho estilo, llevando dos botes de cerveza y dos vasos en una pequeña bandeja- Están bien frías. Como dure mucho más la huelga de los funcionarios voy a echar barriga con tanta birra.
Añadió, dándose unas palmadas sobre una tripa plana y esbelta.
- No quiero, no tengo ganas, Pepe, de verdad -dijo Pilar, dejando la ventana y yéndose al sillón frente a la mesa baja donde el hombre había dejado la bandeja.
- ¿Has hablado con Peletero? -preguntó el hombre, vertiendo su cerveza en el vaso y sentado junto a ella.
- Sí, dice que va avanzando poco a poco pero que no hay nada concreto -contestó ella con un deje de desgana.
- No sé cómo confías en ese buscavidas -dijo Pepe, negando con la cabeza- La policía sigue investigando y seguro que pronto tendrán al culpable. Te pusiste demasiado nerviosa de repente.
- ¿Podrías conservar la calma cuando has perdido a tu única hija y de forma tan horrible? Vamos, joder, no me vengas con tus tranquilidades.
El hombre le tomó la mano y la sostuvo entre las suyas.
- Lo comprendo, cariño, claro que lo comprendo, pero es que lo que no puedo entender es cómo recurriste a Peletero. Ese no es detective ni nada, un holgazán sin oficio ni beneficio que hasta su mujer y sus hijos le han plantado. Ahora porque le mantiene ese camarero de pro que si no...... La puta casualidad de encontrarme con "Pirris" y volver a saber de él.
Pilar retiró la mano y se ajustó la coleta.
- Ahora se llama K. -dijo con sobriedad, encarando el rostro del hombre- Siempre fue un hombre franco y honesto hasta lo tremendo. Parece mentira que tú no te acuerdes de eso.
- El grupo Albur es un pasado remoto; éramos unos críos, Pili. Se pegó a Layana por el olor a la fama y le salió mal. Créeme: es un cabeza loca que se une al mejor postor.
- Claro, lo dice José Susía, el aclamado poeta de antes, el funcionario de la cultura de ahora. Creo que al mejor postor te uniste tú y otros de tu calaña.
Pilar Urquijo habló con resentimiento, descargando toda su ira interna con palabras de plomo.
Pepe bebió un trago largo de cerveza y trató de sonreír.
- Tuvisteis ese rollo de jovencitos y parece que quieres conservar el recuerdo inmaculado. Bien, lo respeto. No quiero discutir contigo por un tipo como ese que no cuenta ya en mi vida.
Pilar se levantó. Su perfil se mantenía más tenso que de costumbre; sus labios se curvaban frunciéndose hasta achicar su boca.
- Voy a darme una ducha y luego cenaré algo -dijo yendo hacia la puerta del baño- Creo que es mejor que te vayas a tu casa, estoy cansada y demasiado tensa.
Pepe Susía seguía sentado, observando la delgadez galopante que ablusonaba el pantalón sobre las caderas de ella.
- Si eso es lo que quieres, me voy -dijo, tomando el último buche de cerveza y levantándose- Desde lo de Leticia cada vez nos vemos menos y eso me preocupa. Deberías distraerte más precisamente, tratar de olvidar esa pena que te está consumiendo.
- Agradezco tu consejo -dijo ella, dándole la espalda y entrando en el baño- Pero deja que cada uno se consuma cómo le venga en gana aunque no sea lo más....... conveniente.
La última frase la mencionó con una intencionalidad que flotó entre ambos hasta que la puerta del baño, primero, y después la de la casa se cerraron.
Desnuda ante el espejo miró la ruina de su cuerpo. Sus pechos desplomados, sus caderas escurridas y su pubis hundido en una oquedad que parecía traspasarla. Quiso evitarlo apretando los dientes, abrazando su desnudez hasta oprimir su respiración, sin embargo el llanto le sobrevino en un grito desgarrador que le sacudió el cuerpo como un latigazo. Aferrada al lavabo, con las puntas de los dedos amoratadas, lloraba su rabia enroscada en su garganta. Apenas había lágrimas, sólo una sequedad que le exprimía en lo hondo de su cabeza y le zigzagueaba de la boca a los pies. Querría decir "Leticia", llamarla hasta la espesura negra de la muerte, sin embargo no le salían las palabras, sólo furia desenfrenada, desesperación tácita que taladraba su vida con la omnipotencia del dolor inubicable y corrosivo.