Bernardo Sartier
Alexander Vórtice, simplemente Jesús
Me dijeron que, ahí atrás, la minoritaria imbecilidad rampante me tildó de homófobo. Pretendía (la imbecilidad suele ser de suyo contumazmente lerda) arrojarme a la hoguera por una palabra -de diccionario- incluida en un artículo. Montó solita, esta moderna inquisición, un dios enorme en la ignorancia, claro, de que aquí, el único que salió por escrito en defensa de la homosexualidad, fue el menda. El menda lerenda. La cosa fue así. Se atacaba políticamente a alguien por esa condición sexual y yo escribí una columna afeando al comentarista merluzo lo que me pareció una indignidad. (Hago un inciso para decir que, más que jorobarme, la internada por la banda de la imbecilidad me sumió en la perplejidad. No terminaba de hacerme a semejantes cotas de idiotez. Incluso una catedrática de derecho penal de una universidad me echó un capote reprochando, a los redivivos censores franquistas, su redomada estupidez. La profe terminaba alabando el artículo). Retomo el relato. De mis amigos, el único que se ofreció para salir en mi defensa fue Jesús.
"Bernardo, recuerdo aquella columna tuya ("Dos maricones y uno que escribe", en Pontevedra Viva) en la que defendías la homosexualidad. Y reprochabas, a quien lo había hecho, que utilizase la condición sexual del antagonista para intentar humillarlo". Agradecí el ofrecimiento. Sin sorpresa, porque Jesús tiene el corazón de un caballo joven y noble, siempre dispuesto -y predispuesto- a la buena acción.
Jesús tocó un día en mi despacho. Le enviaba Juan Vidal Fraga, otro bendito. Juan le había dicho que nos entenderíamos porque creía que yo era democratacristiano. ¡"Joer"!. Jesús comprendió enseguida que yo era demasiado Bernardo, o Bernardo demasiado yo para calcetarme unas siglas o cercarme en una doctrina. Entendió también que la militancia religiosa casaba mal con mí cartesianismo. Confraternizamos.
Hemos hablado mucho -y discrepado otro tanto- y me aventuro a decir que nos hemos enriquecido mutuamente. Él a mí con sus reflexiones de humanista cristiano -que eso creo que es- y yo a él con mi librepensamiento radical. También polemizamos sobre literatura. Le aconsejaba yo desornatar su prosa y él a mi alicortar mi excesivo estilismo. Vano. Cada uno siguió a lo suyo. Jesús es un extraordinario ser humano, un enorme poeta y un columnista aseado aunque su prosa adolezca, bajo mi punto de vista, de esa indisimulada influencia lírica. Por eso su camino es la poesía, un seguro de desempleo que al menos conduce a la felicidad creativa.
Cuando las obligaciones profesionales me impedían publicar mi libro, Jesús me arrebató las dudas de las manos y se puso a compilar -e incluso a transcribir- el puñetero libro. Buscó editorial y gestionó lo necesario. Y lo prologó. Así. Hemos comido y cerveceado. Unos días después de morir mi padre subimos juntos a San Mauro. Los ramos y las coronas trepaban hasta el tercer nicho y yo miraba la lápida. Cabreadísimo con mi padre, le reprochaba que hubiese decidido morirse abandonándome: "papá, coño, que uno no puede ir por la vida muriéndose cuando le apetece y dejando desamparado a un hijo de solo cincuenta y dos años, tan joven". Jesús, que me vio tocado y que mantenía una actitud de recogida compostura orante, me pasó el brazo por el hombro y preguntó "¿estás bien, Bernardo?" y yo le contesté "sí, Jesús, estoy bien. Bien jodido". Y entonces me dijo vámonos y nos fuimos a tomar unas mil novecientos porque no hay mejor manera de homenajear a los muertos, desengáñense, que dos o tres cervezas y una parrafada.
Jesús dijo en una entrevista que echaba de menos a un exitoso periodista nuestro emigrado a Madrid; yo no, aunque guste de sus columnas. Aquí sobra talento y, en materia de articulismo -qué quieres que te diga, Jesús-, solo a veces me echo de menos a mí; que sí, que ya sé que suena pretencioso, pero es que a mí me molesta mucho la falsa modestia, que es el orgasmo de los imbéciles. Jesús evolucionó de un humanismo cristiano, de un conservadurismo levemente ingenuo a un escepticismo lúcido. Las decepciones enseñan. De látigo periodístico del gobierno municipal pasó a ser espectador irónico del tedio político pontevedrés.
Pontevedra Viva notará su ausencia porque Jesús, o Vórtice, como prefieran, ama a Pontevedra. A Jesús lo que no le gusta es comulgar con ruedas de molino. Prefiere las hostias de toda la vida, las obleas purificadoras del alma pecaminosa y las dialécticas (son conocidas sus disputas argumentales con otros columnistas). Su tesis, que en parte comparto, es que Pontevedra está muy bien, pero que exige una filosofía de ciudad futura que incluya matices importantes. La autocomplacencia únicamente conduce a una visión miope de la realidad. Decía que comparto esto -en parte- porque había un punto de discrepancia entre nosotros. El hacía recaer la responsabilidad de la falta de empleo en Pontevedra en el ayuntamiento, y yo dejaba hablar al rábula que llevo dentro y le decía que ningún alcalde tiene entre sus competencias la creación de puestos de trabajo. Discutir solo discutimos una vez. El muy cabrón dijo que con mi camisa de pequeños defines blancos sobre fondo azul marino -la hostia de fashion- parecía Travolta, y entonces me vi obligado a recordarle, a él y a algunos de la tertulia, que no puedo recibir lecciones de estilismo de quienes, en materia de indumenta, recuerdan a Godzilla embutido en un traje cortado por el sastre de Locomía (Jesús tiene algo de armario de tres cuerpos). Además, Pontevedra entera sabe que soy un dandi.
Decía un rociero de por ahí abajo que algo se moría en el alma cuando se iba un amigo. Cursi de cojones la nostalgia del ausente así expresada. Prefiero la de Menem con Cecilia Bolocco. Fue a entrevistarlo y lo conoció. Al irse, Menen cogió el teléfono y la llamó. Con su meloso acento porteño le partió el corazón: "Cecilia, veinte minutos que te fuiste y ya te extraño".
Cuando escribo esto Jesús aún no se ha ido a Irlanda, pero ya lo echo de menos.