María Jamardo
Ganar a Colau
Para decepción de quienes se han aventurado a afirmar con gran dosis de emoción que con el No de la CUP a la investidura de Artur Mas, el proceso independentista, está en vía muerta, lamento aventurar que, salvo sorpresa mayúscula, estamos condenados a presenciar un nuevo capítulo de la entrega separatista. Que la anunciada desconexión –por imposibilidad de facto- abandone el estandarte de la independencia exprés no impide (y todo hace prever que así será) que se retome la siempre recurrente cantinela del "derecho a decidir".
Los resultados cosechados por Podemos en Cataluña el 20D, la cada vez mayor entidad política de la alcaldesa de Barcelona, al frente de Ahora en Comú, en el espectro territorial y el beneplácito de Pablo Iglesias (que ha fijado el neoderecho como una de las líneas rojas impuestas por Podemos al PSOE para el apoyo de una hipotética investidura de Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno) hacen sospechar que de cara a la conformación de un nuevo Parlament habrá de tenerse muy en cuenta el peso específico de una opción que, sin ser explícitamente independentista, es probable tenga en su mano la llave para el avance de la hoja de ruta de la independencia.
La negativa de la CUP, que ha hecho exactamente lo que dijo que iba a hacer, incorpora dos nuevas variables a la ya de por sí caótica amalgama de la política catalana, ambas discurren en sentido contrario pero, sin duda, en la misma dirección: el ataque enfermizo y desproporcionado de quienes han visto frustradas sus expectativas y se sienten víctimas decepcionadas por una formación "al servicio del CNI" que ha boicoteado su oportunidad histórica y, al mismo tiempo, los que recalcan el detalle – nada peregrino- de que la negativa no lo es al fraude de un proceso esperpéntico plagado de reivindicaciones irrealizables e incompatibles con la legalidad vigente y el más mínimo y común de los sentidos; sino que es a la candidatura de un Mas atrincherado en un partido que ya no es el suyo y que ha sido acuñado ad hoc por mero interés personal, para garantizar su impunidad.
Si un cambio de candidato no acaba por evitarlo, que todo es posible en este esperpento, llegarán nuevas elecciones de marzo. En cualquiera de ambos casos, el independentismo no estará terminado en Cataluña y cada vez, es más peligroso. Cuando se buscan a la desesperada refugios de escasa consistencia para ocultar las derrotas, el resultado sólo puede ser dañino e indeseable.
Unas elecciones en marzo, aunque frustrasen a algunos independentistas por convicción y barriesen del escenario de la política catalana a más de un títere nefasto, no resolverían el problema y añadirían otros no menos graves. La llamada a urnas sería una gran pérdida de tiempo y de dinero, pero también la más que probable conformación de un gobierno catalán integrado por formaciones de muy dudosa convicción democrática, que seguirían fomentando la ruptura de la unidad nacional, desestabilizando la convivencia entre los catalanes y utilizando la educación y los medios de comunicación públicos como focos de adoctrinamiento y manipulación desde los que garantizar la difusión de sus delirios y continuar captando adeptos para el fraude. Todos los implicados en la misión imposible del separatismo catalán son unos locos irresponsables, desleales, traidores y probablemente (algunos) hasta presumibles delincuentes institucionalizados, pero no tienen ni un ápice de tontos.
Los independentistas seguirán su hoja de ruta, porque es lo que vienen anunciando, prometiendo y haciendo durante años con total impunidad y la complacencia de un Estado central que nunca ha entendido (o no ha querido hacerlo) el verdadero problema de fondo y que en consecuencia no ha tomado la iniciativa política en el asunto sino que siempre ha ido a remolque del independentismo. Ahora que el vacío de poder es manifiesto en el proyecto nacional y que la CUP ha dinamitado su propio partido (en pro de un daño ideológico menor) y cualquier opción de revalidar el resultado y protagonismo conseguidos el pasado 27S, intuyo que Junqueras debe estar haciendo todo tipo de cálculos para valorar si podría ganar a Colau.