Guillermo Cerviño Porto
La voz de lo inerte #10 La pluma
Acontece a un padre tener un hijo feo y sin gracia alguna, decía don Miguel. Y con razón. Y como yo, cual flaco rocín cargase a lomos la adarga antigua, la lanza en astillero y demás chirimbolos, soy testigo de las palabras que mi sangre ha dado forma a través de mi espina de caña, y plasmados sus trazos sobre el amarillo lienzo, al olvido he echado sus años a cuestas.
Sus dicciones y susurros de locura cosechando polvo y escarcha, según se tercie. Sin caros ni baratos los lectores que a través de mí le dijeren a uno lo bello de leelle las vuestras hazañas, siempre en pro de los menesterosos, que son hoy los faltos de saber. ¿Y qué ha uno de inventar cuando el tiempo todo lo arrastra allá donde el hueco no encaja con la forma? ¿Adecuarse? Adaptarse o morir, dicen los sabios y también los eruditos. Pero es cosa inútil.
¡Acorredme, pues, señor mío, en esta última afrenta que a este vuestro avasallado pecho se le ofrece! Y como la prodigiosa mano de la que siempre he sido esclavo temía, sin par en el sentido estricto de la palabra, y si bien el prestigioso hidalgo no ha quedado sepultado en los archivos de la mancha, sí la elegancia de su lengua se torna agora inexistente. Y a fe mía que con vileza se ha visto sustraída de la luz del mundo moderno por aquellos que con su indiferencia otorgan, y con su evolución destruyen.
¿Queréis ver si es verdad lo que digo? No puedo sino emular por veces las frases, que con sus erratas y beldades originales, en tantas ocasiones han visto la vida a través de mi cálamo. ¿Cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué será del mañana? ¿El cómo vendrán a citación los sentimientos, tan llenos de elocución y alteza de estilo, que de ningún otro modo expresarse puedan? Nadie viene presto a responder a propósito de lo que pregunto, porque, para empezar, ya se halla mi vocabulario brutescamente adulterado con los usos impertinentes de los que he sido objeto. Espero no estar en la verdad en este caso, aunque eso me temo, y menos luego de ver la tierra desde los cielos, y ver los cielos desde la tierra, pues antes de que el tiempo oxide mi existencia y el olvido los pensamientos se lleve, impregnaré una postrera vez su gallardo espíritu, para que al igual que él, mi viejo y único amigo, mi existencia deje mácula en los corazones de los que todavía están por nacer.