Guillermo Cerviño Porto
La voz de lo inerte #2: El zapato
Una vez escuché una conversación que despertó mi atención por el hecho de referirse a mí. Bueno, no a mí en concreto, sino a uno de los míos. En realidad, fue parte de una bella metáfora con la que el sujeto uno, que era mi portador, exponía al sujeto dos el razonamiento de cierta mentalidad en referencia a no sé qué religión. Creo que trataba de explicarle el punto de vista necesariamente común de todas las religiones, o algo así. Lo importante es el hecho de que haya sido yo objeto de un símil capaz de engrandecerme como a un dios por un momento. Sueño de todo mortal. Antes de nada, pido permiso a este sujeto número uno para reproducir aquí la conversación, si acaso pudiera este alguna vez ser consciente de mi existencia más allá de lo inerte:
Sujeto 1: ¿Puede obtener pruebas el hombre de la existencia de un ser superior, de un dios?
El sujeto número uno es un hombre de edad. Con blancas canas que adornan su todavía profuso cabello y una mirada inteligente, por siempre sumida en la reflexión. Y cuando, por momentos, asciende al mundo real, sonríe y echa un vistazo al sujeto número dos.
Sujeto 2: No de forma material.
El sujeto número dos es un hombre joven. Repantigado su cuerpo en la silla y ligeramente fruncidos sus ojos en expresión arrogante. Además, lleva unas chanclas despreciables, de esas que estrangulan el pulgar y que ni son zapatillas, ni zapatos son.
Sujeto 1: Lo cual no significa que no exista materialmente.
Sujeto 2: Si tiene forma material, podemos verlo. Y si podemos verlo, ya tenemos solucionado el asunto. No es el caso. Nadie ha visto nunca a Dios que haya podido demostrarlo.
Dicho esto, sonríe.
Sujeto 1: Tal vez tú mismo lo hayas visto en multitud de ocasiones a lo largo de tu vida y no hayas podido ser consciente de ello ni una sola vez.
Sujeto 2: Explícate.
Sujeto 1: Me refiero que, estando delante de tus mismas narices, te fuese imposible advertir su presencia.
El sujeto dos toma una calada de su cigarro y expulsa el humo con desprecio. Aprovecha para hilvanar su respuesta, pues tampoco él carece de cualidades.
El sujeto uno entremezcla sus reflexiones con la observación del humo azul al disiparte en la brisa. Su mirada perdida en la nada. Ascendiendo por momentos para atisbar de reojo la reacción de su compañero de café.
Sujeto 2: Entonces acepto que es material, pero también invisible. O no perceptible desde nuestro rango de visión, lo que nos lleva a la rama científica y nos aleja de la teología.
Sujeto 1: Tal vez sea demasiado grande.
La réplica toma al sujeto dos desprevenido, y esta vez es el replicante quien sonríe. Se establece un silencio meditabundo y el sonido de la uña rozando contra la barba. Una de las despreciables chanclas a punto de desprenderse del pie alzado sobre la rodilla contraria.
Sujeto 2: De igual forma que la hormiga no es consciente del zapato ni del hombre que lo calza.
El sujeto uno asiente complacido. Tal y como esperaba, su compañero no le ha defraudado. El joven arrogante continúa. Y la chanca se cae al suelo haciéndome estremecer.
Sujeto 2: La hormiga no advierte su presencia por ser esta millones de veces más grande que ella.
Sujeto 1: No tiene ni idea de qué es aquello con lo que acaba de toparse.
Sujeto 2: Ni le importa.
Sujeto 1: Así que, simplemente se da la vuelta y se va.
Sujeto 2: Exacto.
He visto muchas cosas balancearse a toda prisa ante mí y he recorrido cientos de metros. Quizá miles. Ahora estoy en la oscuridad de un lugar incierto. Como en la novela de Fred Vargas. Solo que aquí el innecesario aire está enrarecido y la carcoma adorna el silencio con su rumor. Es un cementerio hecho con los de mi especie. Pero da igual. Lo importante es que, al menos por una vez en mi insignificante existencia he sido Dios. O al menos portado por un dios. Un dios para alguien, a pesar de que ese alguien no sepa jamás de su existencia.
Ilustración: St.Moony