Bernardo Sartier
Pontevedra y la Piedra Pinela
Yo soy uno de esos hijos de Pontevedra que, parafraseando a Alonso Montero, de tanto quererla a veces parece que la asfixio. Por eso, de corazón, que no se entienda lo que sigue como una crítica a nadie. En todo caso, como un ejercicio de autocrítica que, bajo mi punto de vista, debería ser colectivo. Y sugerente e inductivo de una catarsis. Porque en el destino de lo público, en el devenir de la ciudad, todos, absolutamente todos sus actores, tiene algún tipo de responsabilidad, incluido el suscribiente, por descontado, por no haber dicho antes esto y poner su granito de arena para propiciar así un mínimo debate. Miren. Pontevedra vive en una molicie autocomplaciente y camastrona. E todos caladiños. Decir que paseamos mucho (simple recurso metafórico) semeja herir una suerte de orgullo provinciano, a la postre, palmaria ausencia de esa deseable autocrítica coral de la que hablaba. Llevamos un tiempo (ahora vemos las orejas al lobo) sesteando sobre un modelo de ciudad útil para algunos dependiendo de la estación del año, y confundiendo progreso con marabunta a la caza del trapo en Benito Corbal. Pero el textil, por sí solo, no da de comer a los jóvenes. Pregúntenle a algún comerciante de la zona vieja por cómo van las cosas, y si la ley del silencio se lo permite les dirá que no se vende una escoba. Al rebufo de la reforma urbana vivimos un espejismo: con "eso" bastaba, pero como el sediento que en el desierto llega a lo que creía un oasis y se topa con que continúa el secarral, al final nos dimos de bruces con una realidad granítica, la del desempleo y la decadencia que asoman la patita. Cifras de paro y negocios clausurados meten miedo. Pero cuídense mucho de decírselo al "jerifaltazgo" oficial porque, automáticamente, les tildarán de antipatriotas pontevedreses; si me apuran, hasta de perros "viguistas" encubiertos. No recordaré la acritud con que el alcalde respondió no hace mucho acerca de su responsabilidad en las cifras de desocupación (responsabilidad mínima, cierto es).
En Vigo, aun con el estigma de localista irredento colocado a Abel Caballero, le construyen el mayor hospital de Galicia (obra que genera multitud de puestos de trabajo), le han hecho una estación que ni la Termini de Roma (ídem de lienzo) y hasta el movimiento vecinal discute el emplazamiento del "Bernardo Alfageme", un barco a modo de ornato en la rotonda de Coia. Por discutir, hasta se da de hostias el asociacionismo por si se derruye o no su Cruz de los Caídos. Es una ciudad rebelde, con una sociedad viva que pelea con el cuchillo entre los dientes por no morir. Cuando escribo estas líneas la prensa informa de que se han puesto a disposición de la Xunta los terrenos, con lo que su Ciudad de la Justicia avanza mientras en Pontevedra las administraciones competentes se pelotean la responsabilidad de la inacción.
A diferencia de la ciudad del olivo, aquí el nuevo hospital no pasa del trazo de un arquitecto y la estación del ferrocarril es la que era, poco más que un apeadero tipo Redondela. ¿Hablamos de la de autobuses? Mejor no, porque caeremos en la cuenta de que, antes que ella, se ha reconstruido más celéricamente el Santuario da Virxe da Barca, en Muxía, acaso porque la influencia de los mosenes sea de mayor fuste que la de los políticos locales. ¿Y el movimiento vecinal? el movimiento vecinal, lejos de actuar como elemento dinamizador de la ciudad, yace enterrado bajo una pesada lápida de presiones políticas interesadas. ¿Hablamos de la limpieza de lodos que varan barcos en el puerto deportivo, expediente iniciado hace siete años y no resuelto? ¿O de uno de los bancos marisqueros de Placeres, ocho años cerrado? ¿O de los vertidos de la depuradora? Reconozcámoslo: representamos, desde el ámbito municipal, políticamente muy poco. Pontevedra es la segunda capital de España, tras San Sebastián, en la que más llueve al año, y las limitaciones al tráfico rodado, a nadie se le escapa, constituyen una rémora que dificulta su vida económica. Muy bonita, insisto, para ociosos y paseantes en determinados días y épocas del año. A esta visión pretenciosa y auto sobreestimada que tenemos de nuestra ciudad colabora el narcótico de las celebraciones lúdicas, pero el problema es que una ciudad no se hace disfrazándose de Tirante el blanco en la Feira Franca. Va salvándose el mundo de la cultura y el deporte.
El resto -lo lamento- permanece en la mediocridad cuando no camina directamente hacia el desastre. Y urge, para revertir la situación, buscar causas y aplicar tratamientos. Urge la autocrítica: Pontevedra no es una Arcadia feliz. Creímos que pasear un concreto modelo de ciudad (reitero, muy placentero dependiendo de cuándo y para quién) como se pasea un santo en procesión, unido al otorgamiento de unos cuantos premios (alguno de lustre, otros harían sonrojar al más pintado) iban a resolver la vida de nuestros hijos, y que, como en Jauja, ataríamos perros con longanizas. No fue así y el leñazo se vislumbra descomunal.
Ahora mismo un problemón se cierne sobre Pontevedra y Marín, el Puerto, amenazando puestos de trabajo y empresas (el 18% del empleo de Pontevedra y O Morrazo, nada menos); pero en vez de buscar consensos, vía medios se persiguen antiguos responsables y responsabilidades prescritas. Agua que no mueve molino. Simultáneamente nos empantanados en una reyerta "fronteriza" con Poio por los límites. O sea, lejos de trabajar por la fusión con el municipio vecino para ser más fuertes ambos (y hasta con Marín y Barro, si me apuran) nuestras preocupaciones se centran en encontrar la Piedra Pinela, santo grial telúrico que determinaría cuanto de grande lo tenemos (el término municipal). ¡Ah! Y también nos ocupamos en si una señora que se fue del grupo municipal del PP invocando una cuestión de conciencia puede llegar a ser una nueva Benazir Bhutto de la política pontevedresa. Y venga a matarnos a escribir sobre ella. (Conste: por su juventud, seguramente con un fructífero futuro político). Pero el problema es que esa señora y la Piedra Pinela no son lo que interesa al joven que se ve obligado a coger carretera y manta porque aquí, lejos del paseo y la fiesta, poco más. Mientras, en la información meteorológica nacional seguirán en el mapa Coruña y Vigo (Pontevedra no), y en las desconexiones locales de la TVG, primero la delegación de Vigo y luego Pontevedra. No tiene demasiada importancia, pero esa elusión, ese postergamiento resulta expresivo de nuestra relevancia. Mejor, de nuestra decadencia. Incluso si lo prefieren, de nuestra insignificancia.Y es que tratar de emular a la aldea gala de Asterix a base de resistir sin buscar consensos (en vez de seducir a otras administraciones como Paco Vázquez para que suelten la panoja) semeja un salvoconducto al fracaso.
Nuestro alcalde, cuya gestión -de justicia es reconocerlo- orlan algunos hechos de mérito, dijo que había administraciones con las que se entendía (la Diputación, por ejemplo), otras con las que se entendía a medias y algunas con las que, directamente, el trato era inexistente. No cabe más explícito reconocimiento de responsabilidad. Porque la obligación política que deriva del mandato de las urnas es tender puentes hasta con la orilla a la que Caronte llevaba su barca, o sea el infierno si ello es por el bien de Pontevedra. Pero se hace a medias y así nos va luciendo el pelo. A lo peor, empezamos a tener lo que nos merecemos.