Alba Piñeiro
Cigarras de cuello blanco
Todos conocemos la fábula de "La cigarra y la hormiga", donde una hormiga se pasa el verano trabajando para tener con qué vivir en invierno, mientras la cigarra se ríe de su actitud. Al llegar el invierno, la cigarra, hambrienta y sin recursos, va donde la hormiga a pedirle ayuda. Por supuesto, la hormiga le deniega la petición y le recrimina su poca cabeza de cantar, bailar y meterse con las hormigas mientras fue tiempo de aprovisionamiento.
La mayoría de nosotros hacemos la siguiente lectura de la fábula: la hormiga estaba en su derecho. ¿Qué es eso de tumbarse a la bartola, despreciar a los que trabajan y luego vivir a cuenta de ellos? Además, identificamos a la hormiga con la clase trabajadora o la clase media, que se sacrifica para tener algo con lo que afrontar con un poco de tranquilidad tiempos no tan buenos, en lugar de vivir por encima de sus posibilidades y quedarle a deber a todo el mundo, clase que representaría la cigarra: trabajar le resulta un sacrificio que no está dispuesta a hacer, de manera que se sirve del trabajo de otros.
Existen varias versiones de la fábula que cambian matices respecto de la original, como por ejemplo, esa en la que la hormiga se compadece de la cigarra y la acaba contratando para que toque en fiestas y eventos del hormiguero. Pero en todas el rol de cada una es el mismo: una trabaja y la otra vive la buena vida hasta que las malas condiciones del contexto sacan a relucir su desfachatez. En cuanto a las interpretaciones, si actualizamos la visión de la fábula, nos damos cuenta de que las noticias nos hablan cada día de cigarras. Lo malo es que ya no son aquellas que vivían por encima de sus posibilidades, sino que ahora se trata de élites extractivas que viven apropiándose y consumiendo indebidamente la riqueza que la hormiga pretende acumular, empobreciéndola, echándole en cara que debe trabajar más, que el hormiguero está en crisis, llamándola "cigarra" y proyectándose descaradamente al hacerlo
Estos días salió a la luz el asunto de las tarjetas opacas que varios directivos de un banco usaban pagando con ella acciones y opciones cigarrescas (hoteles de cinco estrellas, restaurantes de lujo, viajes a sitios paradisíacos) que se cargaban en cuentas empleadas para errores del servidor informático. Los chanchullos de esta índole hacen que caigamos en la cuenta de que actualmente tenemos muy malos líderes, sean políticos o de otro tipo. La sociedad está guiada por cigarras a las que solo les importa su propio estatus y la buena vida a la que puedan acceder a partir de su propia posición social, que disfrutan de privilegios que no se han ganado, al contrario, les han caído del aire y sin embargo para seguir acumulando reparten mal los frutos del trabajo de las hormigas. Por si fuera poco, estos altos cargos están conectados (y con buenos lazos) a la élite política, que por supuesto, no moverán un dedo para impedir este tipo de abusos, al contrario, crearán contextos para favorecer aún más a estos directivos.
Ojalá algún día los políticos se den cuenta de que quienes realmente llevan al país a la ruina son las cigarras de cuello blanco y no las autodenominadas por el propio sistema "cigarras" cuando las desahucian al no pagar el préstamo por haberse quedado en paro al cerrar la empresa en la que trabajaban.