Alba Piñeiro
Los niños no deciden
El bullicio de los niños que corretean de un lado para otro en papelerías e hipermercados, ilusionados con su nuevo material escolar (bolígrafos, cajas de pinturas por estrenar, los libros del curso) delata el inminente comienzo del curso, en el que por cierto, empezará a aplicarse la LOMCE. Buena parte de esos infantes continuarán en sus colegios de siempre y se reencontrarán con sus compañeros. Otros, debido al trabajo o a las elecciones de los progenitores o tutores habrán cambiado de centro educativo, lo que supondrá adaptarse a un nuevo círculo de amigos y a lo mejor, a una manera algo diferente de entender la educación.
Algunos niños, debido a que no se encuentran en las condiciones físicas y psíquicas necesarias, no podrán empezar el nuevo curso ahora en septiembre. Uno de ellos será Ashya King, británico de 5 años de edad con un tumor cerebral que saltó a los medios estos días a causa de las circunstancias del traslado a España que protagonizó: padres y médicos del niño tenían concepciones diferentes en cuanto al tratamiento que más podría favorecerle, lo que terminó desencadenando que los padres desoyeran las recomendaciones y aseveraciones de los profesionales, para poder darle a Ashya un tratamiento menos agresivo.
Más allá de la familia en general, más personas intervienen en garantizar el desarrollo físico y psíquico del niño: docentes, monitores de actividades extraescolares, profesionales de la sanidad (médicos, psicólogos). Todos los padres tienen derecho a educar a los niños de acuerdo a los valores que ellos crean y en muchos casos disponen de un margen de elección para decidir qué profesionales se habrán de involucrar en el desarrollo de su hijo. Por supuesto, la voluntad y potestad de los progenitores no es ilimitada, sino que en cualquier caso, prevalece el bienestar del menor, ya que la ley, en principio, lo protege de abusos y arbitrariedades que contra él pudieran cometerse afectando a su desarrollo integral. En el caso de Ashya King, en todo momento han tratado de encontrar la manera de que el tratamiento a aplicar a la enfermedad del niño fuese el mejor posible entre los actualmente existentes, pero aún habiendo comunicado esa intención de ofrecer al niño la posibilidad de someterse a un tratamiento alternativo al que recibía, los médicos desoyeron tajantemente sus peticiones. Cómo no, con toda su buena intención y con los conocimientos que les avalaban como profesionales no podían permitir a esos padres (sospechosos en todo momento per se, debido a su condición religiosa) semejante desacato
Cuando un adulto es el enfermo, nadie discute la oportunidad de conseguir una segunda opinión o de sustituir, si gusta, las medicinas de siempre por artículos de herbolario.
Cuando el sujeto que va a recibir un tratamiento médico o educación es un menor absolutamente todo el mundo opina y se cree en posesión de la verdad absoluta, muy especialmente si los niños son de clase baja o de clase media-media. Los padres pasan a ser vistos con reticencia por los profesionales médicos, educativos Sin embargo, si se trata de un menor de clase media-alta, con un entorno económico y social e ideológico o religioso aparentemente favorable, nadie discute que tiene todos los recursos (económicos o no) que puedan ayudarle a mejorar. Con el tiempo vemos que no es así: las noticias nos alertan de que unos padres que han sido juzgados por todos, solo buscaban lo que ellos tenían por la opción mejor para el caso concreto de su hijo, pero que otros padres de la alta sociedad, de quienes absolutamente nadie habría desconfiado, han sido imputados por el asesinato de su hija, saliendo consiguientemente a la luz las atrocidades a las que presuntamente sometían a la niña mientras estaba a su cargo.
Empieza un nuevo curso como hemos dicho y estos dos casos deberían habernos hecho aprender algo. Démosle la oportunidad a esos padres que quieren lo mejor para sus hijos de hacer lo que crean oportuno y verificar, sin juzgarlos previamente, si esa verdad es una realidad. Por otro lado, tengamos en cuenta que esos niños con un entorno socioeconómico favorable pueden estar desatendidos también, no están exentos de problemas de maltrato o abandono. Incluso son los más vulnerables: de sus padres nadie sospecha. ¡Pobres niños ricos!