Kabalcanty
Ejercicios en la barra fija
Maruja trajina en la cocina canturreando una copla de Isabel Pantoja. Su timidez innata desaparece entre los humos y vapores de la cocina del bar Prieto, se diría un santuario donde sus habituales sonrojos se rebozan, aliñan o sofríen y se vivifican a guisa de estribillos de radio "Olé". Hace un mes, debido a su floreciente relación sentimental con Baldomero, plantó a su jefe, Paco, el dueño de la farmacia colindante al bar, y poniéndose al mundo por montera, puso un escaparate con su amor pasional de cincuentona y sus deseos guardados fervientemente durante tantos años.
Baldomero también ha cambiado: gruñe menos y su amortajado semblante se ha tornado bronceado así como sus ojos azules han aparcado su persistente humedad y chispean insondables y vibrantes. Ahora el tiempo ha recobrado su valor: cierra el negocio a las once de la noche en punto, y tanto domingos como festivos cierra el bar por "asuntos propios de nuestra intimidad", dice como si el orgullo no le cupiera en el pecho.
- .... Así que ya podéis buscar un primo que os sirva en estos próximos días de semana santa. Chapo el negocio y me voy de viaje con la Maruja.
Nos dice a los habituales desde su puesto tras la barra.
- Pues ándate con el bolo colgando que estos días se peca si se come carne.
Dice Celestino Buey, y se queda asintiendo como si lo dicho tuviera un profundo mensaje.
- Ni siquiera actos impuros.
Añade el Luis, mirándonos a todos.
Baldomero nos observa uno a uno, secándose con el paño las palmas de las manos. Manos de viso rojizo que retornan lívidas más allá del doblez de su camisa sobre sus muñecas. Después señala las fotografías enmarcadas con actores característicos del western.
- Podría contestaros despellejándoos a lo Lee Van Cleef, pero, mirad, que prefiero el reposo inteligente de Gary Cooper.
- Y Solo ante el peligro- comento.
- Tú, chitón, K. -contesta, sacudiéndose el paño sobre el hombro izquierdo.- No intentes intelectualizar esta conversación entre acémilas.
Todos protestan con énfasis tratando de embromarle.
Entra Paco y se acoda en el flanco derecho junto a la máquina de tabaco.
- ¿Un rosado, don Paco? -le pregunta Baldomero solícito.
Paco, el farmacéutico, es un sesentón serio, de elegancia decimonónica y de convicciones reaccionarias heredadas de una estirpe de farmacéuticos de muchas generaciones atrás. Ya su tatarabuelo, nos relató un día, estrenó una famosa botica en plena Plaza Mayor en la cual se hicieron famosas sus cataplasmas para la tos seca.
- Sírvemelo rápido, Baldomero, que con quitarme la ayuda de la Maruja me has hecho la vida del revés y no tengo tiempo ni para tomarme un chato.
Baldomero se acerca presuroso con la botella de vino y el vaso.
- Tenga usted en cuenta -le dice, escanciando el rosado- que ella ha encontrado lo más parecido a la felicidad y tras tantos años de soltería aburrida. Y desde luego que yo también.
- Claro, claro, pero bien podría haber compartido ese bienestar con el trabajo de la botica. No creo que yo la tratara tan mal.
- Por supuesto que no, don Paco. Pero Maruja....., no sé cómo explicárselo, quería, quería lo que se dice estrenar, empezar como si ahora tuviese veinte años y la novedad fuese algo crujiente para disfrutarlo a diario.
- Y esa novedad tiene que ver contigo. ¡Leñe, pero si hubieseis estado puerta con puerta!
- Yo lo entiendo perfectamente porque yo lo vivo igual que ella. Queremos estar juntos siempre. Le parecerá una niñería pero es así, don Paco.
Aunque hablan en tono bajo, los demás seguimos la conversación sin asomo de impudicia. Hemos dejado nuestras bebidas sobre la barra, o suspendidas en nuestras manos, y atendemos a las palabras volcada nuestra curiosidad sobre ellos.
- Pues claro que me parece una niñería, cojones -acomete don Paco, acalorándose las mejillas- Pero en este barrio absurdo y podrido de libertinaje todo tiene que terminar pareciendo de recibo. ¡Bah!
- Ahora unos buenos ejercicios espirituales -digo, dándole un aviso con la rodilla a Isidro "el alondra"- y todo lo cotidiano volverá a su equilibrio moral. ¿No le parece, Paco?
ÿl me atraviesa unos instantes con la mirada antes de dar un sorbito al vino.
- Pues sí, K, voy a Valladolid con mi señora y un matrimonio amigo como todos los años, en concreto, para satisfacción de su curiosidad malsana, al Centro Diocesano del Corazón de Jesús. Claro, si a usted le parece bien.
Le muestro mi jarra mediada en ademán de brindis.
- Que les aproveche a usted y a los suyos.
- ¡Fantoche! -musita Paco, volviéndonos el rostro.
Baldomero se lía a limpiar la barra, interponiéndose; "tengamos la fiesta en paz, cago en San Apapucio".
- Cariñooo, -se oye la voz lejana de Maruja- ¿por qué no les pones a todos un poco de este estofadito de aperitivo?
Baldomero se enfrenta a la puerta de la cocina. Maruja aparece sonriente, toda sudorosa, saludándonos con un gesto.
- Es que lo acabo de terminar -le dice a él, tratando que se acerque- y no es por nada pero me ha salido de toma pan y moja.
- Quédate con el cambio, Baldomero. Yo me voy que la farmacia no puede estar tanto tiempo desgobernada.
Anuncia Paco, poniendo pies en polvorosa.
- ¡Venga ese estofado del clavel reventón de casa Prieto! -exclama Celestino, dando un manotazo sobre la barra.
Maruja echa un risita y desaparece.
- ¡Y una ronda pa tos de parte del dueño del cortijo!
Grita a mi lado Isidro, sacudiendo los pegotes secos de escayola que salpican su camisa de trabajo.
- Tenéis más cara que un buey con erisipela -comenta Baldomero, poniéndose en jarras frente a nosotros.
Las pintas de cerveza y el exquisito estofado de ternera no tardan ni cinco minutos en poblar la barra.