Manuel Pérez Lourido
Monas de Pascua y análisis de sangre
Vengo de hacerme unos análisis, porque de vez en cuando hay que verificar que seguimos vivos y para eso nada mejor que cuantificar los achaques. Como llegué antes de la hora de apertura, el laboratorio estaba cerrado: suele suceder en estos casos. Las pruebas comprendían todo el muestrario disponible por la ciencia médica: no cabía una letra más en el volante y decidí que mejor cogerlos a primera hora, con las pilas bien cargadas. No es que sea yo un pusiánime ni un hipocondríaco, ni siquiera un poco aprensivo. Sólo precavido. Para entretener la espera decidí darme un paseo: o eso o sentarme a pedir, son las dos actividades callejeras principales. Me había puesto chandal, y a punto estuve de probar suerte en una tentadora acera. Por tener una experiencia más y eso. Finalmente opté por callejear y contemplar escaparates.
Di con uno que llamó mi atención poderosamente, que con lo despistado que es uno ya tiene mérito.
Mostraba una profusión de tartas y pasteles de chocolote, decoradas con distintas figuras. Una de ellas semejaba un perro, deducción que confirmó la existencia de un hueso de chocolate blanco a sus pies. Inmediatamente me vino a la mente la asociación pro parque urbano para cánidos, porque yo soy mucho de asociaciones (mentales y de las otras). Juro que contemplé la posibilidad de que alguien comprase la tarta para celebrar el cumpleaños de su chucho. Qué loco estás, me dije. E inmediatamente, y como profilaxis mental, sustituí la imagen por la de un infante obsequiado con una tarta que recordase a la mascota de la familia.
Ya más relajado, di en contemplar un cartel que me dio un vuelco al corazón. Incitaba a pintar la mona, mi especialidad vital y vocación última. Pero no, me había confundido, se refería a los pasteles como "monas", como hacen en Cataluña. Pensé que la sombra de Mas era más alargada de lo que nos pensábamos. Pensé que, espera y verás, dentro de un par años los pontevedreses empezaríamos a comprar monas de pascua en vez de roscas. Y cuanto más pontevedreses, más monas. Se me apareció la escena del primer pontevedrés de pura cepa entrando en aquella tienda y pidiendo una mona de Pascua y la súbita caída de un rayo en el Castrove como muestra de la ira de Breogán...
Me fui a quitar sangre y a entregar la orina. Me aseguré de no mezclar ambos conceptos. Había cola: no soy el único listo que quiere coger frescas a las enfermeras. Yo no he dicho esto. Me senté en la salita y contemplé con ojos de chucho sin plaza para solazarse como el único periódico existente estaba acaparado. Se lo estaba leyendo entero un tipo que sólo acompañaba a su señora. No había dejado ni un par de hojas.
Amenazadoras revistas del famoseo parpadeaban desde todos los ángulos de la mesita, algunas ya en poder de lectoras ávidas de cotilleos resesos. Eché el guante a un ejemplar de esas revistas feminoides y glamurosas con nombre inglés porque mola más, dispuesto a regodearme en su estulticia. Lo mejor, con diferencia eran las fotos. Para ser una revista de mujeres estaba a sólo un paso de un playboy. Di con una entrevista a Miley Cyrus (la hija del de "Achy breaky heart" que arrasó en los 80s) y un texto sobre Beyoncé (no me venga ahora conque no saben quien es Beyoncé). Busqué a ver si tenían la colección completa, pero no, no había nada sobre Madonna ni Kylie Minogue. Luego me compungí, un poco, dos segundos: me di cuenta de lo marujo que soy que conozco a todas estas...
Lo terrible del asunto es que tanto la Cyrus como Beyoncé eran presentadas como modelos de mujeres liberadas, feministas casi, sólo por el hecho de que están haciendo pasta a cascoporro y la mayoría es para ellas. Seguro, me dije, que esta es la revista oficial de Gran Hermano. O algo.
Luego me llamaron y entregué mi sangre casi como una ofrenda.