Un frente inalterable (2ª parte)

25 de xaneiro 2022

El doctor escuchaba paciente las quejas de la enfermera Martha apoyadas sus huesudas manos sobre la rodilla de la pierna que cruzaba. Sabía de la eficiencia de la enfermera, la más antigua de las tres que había en el sanatorio y con un historial profesional muy notable, y de que su descontento estaba más que fundado, sin embargo ni él ni ella ni nadie podían menguar las extravagancias propias de los internados. Había rachas de tranquilidad y otras en que las cosas se complicaban hasta llegar a un altercado similar al de la pasada noche. También, aunque eso era sabido por los escasos sanitarios y médicos que atendían el sanatorio, estaba el poco presupuesto con que contaba el centro; tanto los medicamentos idóneos como el tratamiento con los medios más avanzados eran anticuados y exiguos. Únicamente el altruismo de un magnate de la industria textil mantenía la institución sanitaria en pie y pagaba los sueldos de los dos médicos y las tres enfermeras que daban cobertura al centro de salud mental. Años atrás quedaba la atención sanitaria pública quedando sólo estos esporádicos islotes que, mal que bien, trataban la salud de los ciudadanos más necesitados dependiendo de grandes cadenas comerciales o de, como lo era en este caso, exitosos empresarios filántropos.

—…Pero con González es que una llega al límite, doctor. -se lamentaba Martha con el rostro algo encarnado por la agitación.

El doctor cabeceó un par de veces en un signo de aprobación.

— ¿Le ha dado el calmante necesario? -la enfermera asintió resolutiva- Pues ande, márchese a casa y descanse de este turno de noche tan agitado. Toda mi gratitud por su entrega, Martha.

Terminó el médico, juntando las manos y dedicándole una suave sonrisa. Luego se levantó para ir hacia la mesa donde reposaba un ordenador.

— Le recuerdo, doctor, que esta mañana tiene la visita de don Amancio Schneider -le dijo la enfermera antes del salir del cuarto- Ya sabe usted lo puntual que es.

— Lo sé, lo sé. Gracias por todo, Martha.

El médico se puso a teclear frente al pc.

No tardó en aparecer Rosemary, la enfermera en turno de día. Era bastante más joven y reconfortantemente jovial.

— Buenos días, doctor. ¡Vaya lío el de anoche con González! Martha está que echa bombas.

El médico levantó un poco los ojos de la pantalla para sonreírle asintiendo varias veces.

— De mayor no trabaje en la salud, Rosemary, y mucho menos si se trata de lo mental. -añadió el doctor bromeando.

— He visto que llegaba el cochazo del señor Schneider -dijo ella, manejando unos medicamentos que ponía en una bandeja de cartón- En cuanto le vea por la planta le doy un toque por el interfono.

El doctor levantó el pulgar desde la mesa.

La enfermera salió al corredor y recorrió la distancia hasta la sala de habitaciones de los internados. Todo se veía bastante limpio aunque gastado en extremo. Había bastante silencio en comparación a otros días y Rosemary lo aludió al jaleo de la noche pasada. "Días de mucho, vísperas de nada", se dijo recordando la frase que decía su padre.

Entró en la sala y vio a casi todos sentados alrededor de las literas. González estaba en la suya dormido como un lirón.

— ¡Bueno, chicos, una noche de jarana! -exclamó Rosemary mientras repartía unos pequeños tarros con pastillas de colores- Y ahora el liante roncando a todo pulmón.

Mortiner, vestido con el atuendo celeste de los ingresados al igual que el resto, se acercó contoneándose a la enfermera.

— A este chico le da por la guerra, cariño, pero yo soy más pacifista. Lo sabes ¿no?

— Anda, anda. Tomaros la medicación del desayuno y portaros bien…..todos.

Mortiner le hizo un lance torero al pasar a su lado que provocó alguna risa entre los diez internos.

— El cabrón se ha bebido toda la limonada, Ros -dijo el Morsa, acomodando sus desmesuradas carnes sobre el respaldo de una silla.- Menos mal que todo el jaleo lo ha hecho él solito. Ninguno de nosotros ha escuchado nada.

Rosemary sacó de su uniforme una llave y se dirigió a un armario empotrado en la pared.

— ¡Leche, si ha roto la cerradura!

— Ya te lo hemos dicho, primor, esta noche el "Largo" se ha bebido toda la limonada. Dice que es vino, malo pero vino. Está más "pallá" que cualquiera de nosotros.

Por el marco desportillado de la ventana entraba la luz de un sol invernal que lamía las piernas de los internados. Se veía una pradera de césped mal cuidado y, más al fondo, una concentración de arboles de cuyas hojas goteaba el rocío rutilando, como un fogonazo breve, al ser traspasado por los pálidos rayos solares. A la izquierda, alineados bajo un viejo cobertizo, descansaban tres autos de matricula antigua y otro más, despampanante y bruñido a conciencia, de nuevo cuño. Junto a este, un hombre uniformado de azul marino y gorra de plato, fumaba dando profundas caladas y mirando cómo el humo acababa adentrándose por los resquicios del cañizo del techo del cobertizo.

— Ros, ¿tú nos ves como majaretas? -preguntó Oliart, ocultando su timidez tras el tazón de leche que se le derramaba a granel por las comisuras.

La enfermera le dedicó, primero a él y luego a todos los demás, una mirada dulce, llena de comprensión.

— Sois victimas…… como casi todos los que estamos fuera de este edificio. Son tiempos difíciles.

Repartía la última píldora tras el fracaso de la limonada.

— Os traeré más limonada -continuó tratando de no ahondar en el tema- y mandaré al alguien para que arregle el armario.

Todos la despidieron notándose la contrariedad en sus rostros.

— ¿Sabéis lo que me viene a la cabeza muchas veces? -les dijo Antoniadis desde su lugar separado- Que puede que el "Largo" a su manera tenga razón. Nos encerraron porque les éramos molestos como si fuese una guerra inacabable en la que fuésemos unos soldados condenados a una lucha constante contra un enemigo desconocido pero poderoso. Le vengo dando vueltas al coco desde la primera vez que el "Largo" tuvo una de sus movidas. Si lo pensáis con calma me daréis la razón.

— No fastidies con tus filosofías, Anto. -dijo Mortiner, mojando el bollo de pan en la leche.

— Lo mismo puede que sí….o que no. -musitó el "Morsa", apurado ya su tazón.

Se escuchaba el chasquido de los bollos en sus bocas. Algunos se observaron pendientes de la reacción del otro. Otros se tomaban con desgana las píldoras o escudriñaban el vaivén del sueño profundo del "Largo". Mortimer todavía veía moverse el trasero de Rosemary bajo su uniforme. Antoniadis movía su dedo índice con insistencia golpeando bajo el asiento de su silla.