06 de xaneiro 2021

Acabo un libro y empiezo otro durante esta convalecencia no COVID, privilegiada, en soledad elegida en parte, en parte impuesta por el virus devora vidas, soledad aliviada por los perros, el mar, encuentros en la playa y alguna que otra visita ocasional cuando las restricciones lo permiten. Amigos al otro lado del teléfono (soy clásica comunicándome) con charlas cariñosas que distraen a ratos el dolor.

Fue precisamente un buen amigo quien me regaló el primero de los libros, para ayudarme a superar este limbo postoperatorio. Escrito por María Oruña, El bosque de los cuatro vientos es una novela histórica que me reafirma en la idea de que la vida está hecha en ciclos y que debemos aprender de cada uno procurando no cometer los mismos errores, algo que a la vista está, se nos da fatal.

En la novela de Oruña, los cuatro vientos hacen referencia a los precipicios, las crueldades y los vaivenes de fortuna que suceden en cada época. Y es que antes del covid hubo otras pandemias: cólera, peste, gripe, sida y sigue habiendo la peor epidemia de todas: el hambre y la pobreza.

Nos sentimos especialmente castigados en este momento de la Historia, porque nos creíamos a salvo ya de todo, como si nuestro paso por la tierra tuviese que ser más fácil que el de nuestros predecesores, porque lo mereciésemos más. Pues no. Ahora también soplan vientos sobre los que el hombre no puede ejercitar su dominio y que traen lo que la Naturaleza decide. Por mucho que queramos influir en ella, será quien tenga la última palabra y nos hace pasar de amos a siervos, quizá para que no nos creamos mejores de lo que somos.

Dice el libro, en la introducción que sitúa a uno de sus personajes principales en su contexto histórico, a comienzos del s.XIX, tras la primera revolución industrial y los cambios que trae la Ilustración; "Hay tiempos en los que sucede que no pasa nada . Se vive en una calma imaginaria, dejando que transcurran los días como si nunca se fuesen a terminar. Y existen otros tiempos en que cada respiración es un milagro, y en los que hay que estar preparados para ver por dónde soplará el viento al día siguiente".

Esos tiempos y esos vientos vuelven a azotar ahora, aunque con distintos nombres y nos toca ser igual de valientes que aquellos que vinieron antes que nosotros. En muchos casos esas generaciones anteriores que nos hemos empeñado en maltratar e ignorar. ¿Qué sabrán nuestros mayores de lo que nos pasa? Pues quizá los sepan todo, porque nada hay que no se haya vivido antes, aunque nos digan lo contrario. La amenaza cambia de apariencia, pero los efectos en las personas son los mismos. La manera de combatirla será distinta pero no la actitud con que debamos enfrentarnos a ella, la rabia, el dolor, el cansancio, mientras dure o la alegría y el alivio cuando termine serán los mismos.

Lo que aprendamos de ella es lo único que podemos decidir.

Acabo la lectura de Oruña y comienzo a aprender de lo que ha escrito otra mujer en otra época también difícil; Virginia Woolf y su personaje, la señora Dalloway, una mujer que se dispone a dar una fiesta en el Londres de posguerra, acabada la primera guerra mundial. Aunque los conflictos armados nunca terminan para las familias de los muertos. Woolf recrea en el monólogo interior de la señora Dalloway el desconcierto del mundo después de una guerra y sus atrocidades y, dentro de ese aturdimiento que es el del personaje, el del Londres que habita y el de toda Europa y el mundo, intercala pasajes descriptivos sobre lo que ella va observando, y sobre los que reflexiona:

"La experiencia que había sufrido el mundo en los últimos tiempos había hecho brotar en todos, hombres y mujeres, mares de lágrimas. Pena y lágrimas. Pero también coraje y fortaleza, un talante digno y estoico" y cita, como suele hacer en esta y otras novelas, versos de Shakespeare:" No temerás ya el calor del sol ni las iras del furioso invierno"

Si nos contasen que íbamos a aguantar, tan de calle como somos, un confinamiento de meses, o que la mascarilla iba a ser un complemento más en nuestro guardarropa pensaríamos que no estaban hablando de nosotros. Sin embargo, así ha sido.

Ahora empezamos un nuevo año con una vacuna que parece al menos una luz al final de un túnel que se nos ha hecho además de oscuro muy, muy largo, pero no más que el que otros han pasado antes en otras épocas, con otros vientos y otras luchas igual de importantes que las nuestras.

Y, aunque todo cambia, nunca pasa nada que no haya pasado ya porque la vida es eso: ciclos, y en cada uno toca lo que el viento trae. Este también pasará, pero no podemos hacer lo que hemos hecho con otros; olvidarlo. Si lo borramos de nuestra memoria, no habremos aprendido nada, no llegaremos a ser mejores de lo que fuimos antes de atravesarlo y no haremos justicia a todos los que se han quedado en el camino.