Montones de chatarra (Parte 7ª)

01 de xuño 2021

Mat escupió el trago de café. Ojeó el contenido de la taza con gesto de asco mientras masticaba una rosquilla de aceite. "¡Mierda puta!", exclamó para sí, dejando la taza medio llena en el fregadero. Se había colocado la ropa del día anterior, después de asearse frugalmente en el fregadero, y sólo le faltaba ponerse la gorra. Observó su imagen en la mugre del cristal de la cocina. Se retocó la gorra tres veces, ajustándosela bien en la parte trasera de la cabeza, y luego se restregó la barba de casi una semana. Gesticuló un improperio al tiempo que se daba la vuelta para salir.

Los montones de los vertederos eran capirotes oscuros recortados en el celaje gris sangriento. La plazuela que creaban las casas prefabricadas estaba casi desierta, dos perros olisqueando y un crio de corta edad dando patadas a un bote de comida preparada. A Mat no se le ocurrió otra cosa que comenzar a gritar como le dijo Vic. "Valiente imbécil dejarme llevar por ese putón", se dijo torciendo el labio superior y apretando la mandíbula.

Se necesitan dos personas para vertedero -comenzó a vocear haciendo pantalla con las manos- Tres comidas diarias y alojamiento. Salario al fin de trabajos de reciclaje.

Lo repitió un par de veces.

Fueron saliendo, legañosos y desgarbados, varios hombres en camiseta y pantalones oscuros de faena. Fueron juntándose frente a él, colgándose las manos en los bolsillos como si les pesaran los brazos una tonelada.

— ¡¡Vete a tomar por culo con tus gritos, hijoputa!! -vociferó el médico sacando la boca por el ventanuco de la clínica. Su voz tenía las trazas de estar moña- Si vuelves a levantar la voz salgo y te machaco.

Mat no hizo ni caso, esperó un par de minutos escudriñando al grupo de hombres voluntarios. Después escogió a los dos que le parecieron más recios. Todos estaban muy delgados, la mirada acuosa y sin chispa, la piel con más arrugas de las que ponían tener por edad, sin embargo tenía que seleccionar a dos.

A pesar de la temprana hora hacía calor. El sol pugnaba contra la corteza de nubes desprendido de su herida. Bajo esa luz del día punzante, una mezcla de residuo azul y gris desleído, los tres se dirigieron a la casa de Vicky. Los otros se fueron alejando en un murmullo de protesta que los hacía detenerse cada pocos pasos para visualizar las espaldas de los tres con rencor.

— Aquí tienes a los dos trabajadores que querías, Vic.

Mat les invitó a acercarse a la mesa en la que estaba la mujer. Él fue a sentarse en el suelo en un rincón del chamizo.

Ella les echó un vistazo rápido, sopesando la envergadura de sus brazos y manos, sin cambiar su semblante indiferente. Le hizo una mueca a Mat torciendo la boca.

— Bien, decidme vuestros nombres mientras busco los papeles.

Los dos hombres le dijeron sus nombres. Parecían acobardados, observando el entorno y, sobre todo, el enorme televisor.

Vicky revolvió unos papelajos que sacó a puñados de una bolsa de lona que tenía a sus espaldas. Los estuvo leyendo por encima, vocalizando en un susurro, al tiempo que se hurgaba el piercing de la nariz. Luego les mandó que repitieran sus nombres y que firmaran en uno de los papeles chafados.

— Aquí y aquí, ¿ok?

Después que les ordenase que les esperaran junto al Land Rover, le hizo una seña a Mat.

— No sé, tío, me da en la nariz que desde esta mañana te tomas las cosas con más calma. -le observaba burlona, haciendo un mohín con los ojos como si no creyera lo que estaba viendo- ¿No creerás que sigo pensando en tu rabo y eso te da cancha?

Echó la cabeza hacia atrás soltando una media carcajada. Acto seguido se incorporó.

— Nos vamos en cuanto eche un pis, ¿ok?

El hombre escudriñó su espalda en su trayecto al aseo. Se quedó unos instantes clavados los ojos en la puerta y luego escupió con vigor.

El petardeo de un motor le condujo hasta la puerta. Una motocicleta, levantando una sucia polvareda, se detuvo junto al Land Rover. Disipada la nube, pudo ver a dos tipos robustos hablando de forma poco amiga con los dos hombres contratados. Agitaban las manos y, uno de ellos de improviso, hizo ademán de pegarles con los puños poniéndose en la postula de un púgil.

— ¿Qué pasa?

La mujer estaba a su lado tensándose el pañuelo sobre el cabello.

— Esos han llegado en la moto y te han espantado a la carne de cañón -contestó él.

En efecto, los dos contratados corrían hacia las casas metiéndose por el primer callejón que pillaron. Los recién llegados reían insultándoles. No se fijaron en Vicky y Mat, a unos cincuenta metros, fueron derechos a la casucha del médico tomados por el hombro.

— Vamos a ver qué se cuentan esos cabrones de mierda -dijo la mujer apretando el paso- Se van a reír de su puta madre.

Mat trató de retenerla.

— Vic, hay que andar con ojo: a esos tipos no les importa la camorra.

— Si te vas a achantar, te quedas aquí acojonao guardando la casa, ¿vale? Yo voy a que me den explicaciones.

El hombre, negó un par de veces con la cabeza, pero la siguió pateando el polvo.

La puerta de Tom estaba abierta del todo. Los dos hombres habían levantado al médico del camastro y le arrastraban hasta el habitáculo de enfermería.

— ¡¿Qué coño pasa aquí?!

El aullido encolerizado de Vicky le marcó dos gruesas venas azuladas a los lados del cuello.

Los dos hombres dejaron sentado a Tom sobre la maltrecha camilla.

— ¡Malditos hijos de Satanás! -exclamó el médico, sujetándose su abotargada cabeza.

— Perdone, señora, sólo queremos que el matasanos le cure a mi colega la pierna.

Dijo, con cierto retintín, señalando un corte con sangre seca en los pantalones del otro.

Eran dos hombres de musculatura nervuda, vestidos con ropas de faena manchada y sin el tono bruñido habitual de la zona. Tenían el pelo teñido de un rubio platino, uno más atenuado que el otro, y unas muñequeras en los dos brazos.

— Puede que su marido nos entienda mejor, los hombres somos más flojos que las mujeres y necesitamos de los matasanos antes.

El tipo sonreía amable acercándoseles, mientras el otro vigilaba la oscilación alcohólica de Tom en la camilla.