19 de xullo 2023

He estado a punto de inventarme una noticia. Trataba sobre un tío que se pasaba un año entero bebiendo media docena de latas de mirinda de naranja cada día. Hasta ahí tenía. No llegué a pensar como iba a continuar el enredo porque ni siquiera se me ocurría un enredo, solo ese principio entre naif y nostálgico. Cuando renuncié a desarrollar esa noticia falsa, decidí escribir esta columna.

Todo empezó tras leer que al periodista Manuel Jabois le habían concedido un premio importante por un artículo sobre una época de su vida en la que sobrevivió sin whatsapp. Había una foto con otros premiados y él estaba al lado de Felipe VI y al lado de este estaba Letizia, esto último es previsible. No así que Jabois apareciese justo al lado de los reyes de España. Por cierto, que iba escrupulosamente peinado. No sé si fue por eso o por el ángulo de la fotografía, que su cara no me parecía la suya. Tuve que usar una lupa y aún así no quedé del todo convencido. Dicen que existen solamente cuatro saltos o pasos entre la gente que conoces y tú y otra persona cualquiera en el mundo. Manuel Jabois estuvo en la mesa de presentación de mi primer poemario, o sea que yo estoy en un paso a la altura de los actuales monarcas. Estos a su vez conocen a un cholón de gente famosa, con lo que en dos pasos estoy al lado de, no sé, Donald Trump y Maxim Huerta. No me digan que no es fascinante. Vale, pero no me lo digan.

Todo lo anterior me lleva a veces a pensar que la vida es más sencilla de lo que parece. He dicho "a veces". Estamos demasiado influidos por todas esas escenas de películas y series americanas en las que un personaje, cuando no quiere contestar a una pregunta que lo compromete, suelta: "it's complicated". Pero no, la mayoría de las veces is not complicated. Las cosas las solemos complicar nosotros, que somos unos dramáticos de mucho cuidado. Sobre todo desde que se inventó facebook, que parece que cualquier acto cotidiano es una pica en Flandes. A los niños de cinco años, cinco, se les hace una orla por terminar la educación infantil (que ni siquiera es obligatoria). Se me ocurren más ejemplos, pero son aún peores que los que he puesto.

Si en algún momento se me ocurre qué le podría pasar a alguien que se tira un año bebiendo mirindas de naranja como un poseso, se lo haré saber a ustedes.