Diana Quer y la hija del asesino

03 de xaneiro 2018

Nos despertamos el primer día del año que acaba de empezar con un bofetón en la cara: la aparición, tras casi 500 días de búsqueda, del cuerpo de Diana Quer.

El asesino confeso, vecino de Taragoña, población cercana a Poboa do Caramiñal donde había desaparecido la chica, ya había sido investigado por la Policía cuando se perdió el rastro de Diana pero la coartada ofrecida por su mujer impidió entonces la detención.

Libre de sospecha se sintió seguro y cometió un error fatal: intentó secuestrar a otra mujer amenazándola con un cuchillo. Ayudada por una pareja que pasaba por el lugar, la mujer logró zafarse de su atacante y dar a la Policia una ajustada descripción de él mismo y de su coche, incluyendo el número de la matrícula.

La policía apretó las tuercas al detenido y a su mujer quien acabó retractándose de la coartada ofrecida para proteger a su marido en el momento de la desaparición de Diana. Finalmente el hombre condujo a los agentes al lugar donde se hallaron los restos de la chica.

A pesar del tristísimo final, este caso abre una puerta para la confianza en la resolución de la desaparición de otras mujeres como Marta del Castillo o la pontevedresa Sonia Iglesias. Demuestra la veracidad de algo puesto en duda muchas veces: el trabajo constante y eficaz de nuestra Policia. También deja constancia de que la Justicia sigue actuando aún en un caso como éste en el que se da la especial circunstancia de que se había procedido a su sobreseimiento temporal tras ocho meses de investigación debido a la falta de resultados concretos.

Otro punto positivo ha sido la reacción de la pareja de transeúntes que socorrió a la mujer que estuvo a punto de ser secuestrada y que, seguramente sin la ayuda prestada, habría corrido la misma suerte que Diana. Se enfrentaron sin dudar a un hombre armado para ayudar a una persona a la que ni siquiera conocían. Eso es mucho más de lo que estamos acostumbrados a ver.

En el lado contrario, están las voces que relacionan la resolución del caso con la desahogada posición económica de la familia Quer, queriendo ignorar que, sin el último golpe de suerte, no habría sido posible resolverlo. Me parece una simplificación profundamente injusta. La realidad es que Diana ya no es rica ni pobre porque está muerta. La supuesta fortuna de su familia no ha servido para librarla de una muerte espantosa.  Ha sido un cúmulo de circunstancias, solo dependientes del azar, lo que ha permitido que su caso se resuelva antes que otros.

Con frecuencia olvidamos que toda persona tiene la presunción de inocencia, que sin cadáver no hay asesinato y sin pruebas no hay culpable. Aunque todos los indicios apunten a una sola persona, estos por sí solos no sirven para su encausamiento. Los delitos se juzgan en una sala de Justicia y es allí donde se dicta sentencia, no en un plató de televisión donde la mayoría de los "expertos" que hablan sobre los hechos obvian toda referencia al Ordenamiento Procesal que se debe seguir, como si tal cosa no existiese y encienden más los ánimos de los espectadores, afectados por una rabia comprensible, pero que no aporta nada más que dolor.

Finalmente me gustaría llamar la atención sobre el hecho de que la pareja de asesino y encubridora tienen una hija. Una niña a la que su padre llamaba en las redes sociales "mi pequeño ángel" y que aunque sigue viva es otra víctima más de esta espeluznante historia porque va a tener que vivir con el dolor de lo que han hecho sus padres y con el juicio cruel de una sociedad que no está preparada para tratar a los hijos de los asesinos. Parece que ni siquiera a ellos, aunque sean niños, se les considera inocentes del todo. Son un blanco fácil para proyectar el odio que sentimos hacia sus padres.

A esa niña le espera una vida complicada, no solo por el crimen cometido por su padres si no porque creemos que dejarnos llevar por el odio ciego, el resentimiento y la venganza es una forma, no reconocida legalmente de impartir justicia, más eficaz que la única que se debe ejercer: la que dictan los tribunales.