No sé en qué momento hemos llegado a este punto. Hemos pasado de la adolescencia adorando al actor más guapo del celuloide a la edad madura idolatrando al que dirige nuestra ideología política o la que más se le acerca.
No importa si llevan años prometiéndonos infraestructuras y comunicaciones que nunca llegan, no importan si llevan años olvidando tu comunidad como esa esquinita del noroeste que a nadie importa, pero es que ni siquiera importa si dejan a niños en riesgo de exclusión sin comedor social o gobiernan solo para unos pocos.
No importa que esos líderes políticos a los que elegimos en las urnas vivan en una realidad paralela ajena a los que difícilmente pueden llegar a fin de mes, a los que enterramos porque esa cita médica para prevenir era dentro de un año, no importa que los que deberían preocuparse de la Educación parecen necesitar a jóvenes que no piensen, no importan esos valientes que tratan de levantar su empresa y caen una y otra vez bajo el mazazo de los que los ven como los malos de esta película, una película en la que son protagonistas imprescindibles.
No importa que hayan olvidado el fin de la política y se dediquen a intoxicarla con espectáculos circenses, con el continuismo de creerse seres superiores a pesar de comportarse como personas sin cerebro o cuerpos sin sentido común. Y nosotros? Nosotros los elevamos a los altares.
Y la realidad, la triste realidad es que somos una sociedad enfrentada en la que atacas, acusas, insultas y criminalizas a lo que hace el otro, pero si lo hacen los tuyos esos a los que les entregas tu confianza en forma de papeleta, entonces los justificas, los justificas una y otra vez.
Yo no sé en qué momento hemos elevado a los políticos, al Olimpo de los Dioses.