Pepy G. Clavijo
La Aventura de Dulce y Nea
Dentro de unos días debía emprender un viaje por la ruta de los molinos, un lugar delicioso, situado cerca de la frontera portuguesa, eran molinos que movía el agua, situados a orillas del río Tamuxe, en un entorno idílico rodeado de notable arbolado, le habían contado que es un conjunto de 71 molinos, el más antiguo es el número 11 que, aunque tiene grabada la fecha 1715, existen documentos anteriores que lo mencionan. Parece que ya en el siglo XII eran explotados por la nobleza y por los monjes cistercienses. Era una tarea muy trabajosa por parte de los campesinos, además de moler el grano, también servían
Llegó a su casa, se sentó cómodamente y siguió pensando, dando vuelta a su viaje no se dio cuenta de que el timbre de la puerta sonaba incansable, despertó de su letargo y abrió, era su amiga Nerea (a quien todas le llamaban Nea) que llegaba con el ánimo muy alto dispuesta a pasar un rato con su amiga y comentar los pormenores del viaje. Se sentaron cómodamente ante una taza de té y ya no fue sólo Dulce la que divagó entre molinos. Dulce y Nea fueron en su conversación derivando hacia otros molinos, situados a muchos kilómetros de los gallegos, eran molinos manchegos, como los de Mota de1 Cuervo, en un paisaje llano y de colores intensos. Inmediatamente su conversación giró en torno a Cervantes, las dos conocían en Alcalá de Henares su casa natal, con dos plantas en torno a un patio cuadrado donde se revive el ambiente de los siglos XVI y XVII y hablando de Alcalá recordaron el centro de la ciudad, que antiguamente acogía el mercado y hoy muestra, desde 1879, una estatua del autor del Quijote.
La conversación se fue animando y decidieron que en la primera ocasión irían en "excursión particular" a ver los molinos manchegos, para "in situ" poder recordar, una vez allí, las aventuras del Caballero de la Triste Figura.
Pasaron dos meses desde esta conversación y se volvieron a reunir, esta vez para ver las fotos de su excursión por el Tamuxe y preparar la siguiente, decidieron salir un viernes 24 para aprovechar bien el fin de semana largo, pues el lunes era festivo en su localidad.
Y llegó el día, madrugaron y se dirigieron a la Mancha. A medida que iban pasando las horas el corazón de Dulce y Nea iba tomando un ritmo más acelerado, se iba a cumplir lo que habían proyectado, visitar los lugares por los que Don Quijote y Sancho habían sufrido, padecido y disfrutado. Habían leído libros de aventuras, conocían los pasajes de "Amadís de Gaula" el caballero de la verde espada, enamorado de la bella Oriana, algo sabían del "Amadis de Grecia" libro que fue condenado al fuego cuando quemaron la Biblioteca de Don Quijote así como también el "Palmerín de Oliva" enamorado de Polinarda o el "Palmerín de Inglaterra", que no gustó a Cervantes, pero lo salva del fuego destructor, ninguno les había enganchado tanto como "El Quijote", de Cervantes.
Llevaban una alegre conversación mientras su coche tragaba kilómetros, estaban deseosas de llegar, pasaron por Puerto Lápice con su hilera de cipreses, camino del cementerio y en tierras manchegas se hizo de noche, aún faltaba para llegar al hotel en el que previamente habían reservado habitación, en Alcázar de San Juan.
De repente, se paró el motor y el vehículo (rojo) destacó en la negrura de la noche como charco de sangre sobre el asfalto, antes de hacer uso del "moderno artefacto" llamado móvil, aunque no se mueve y por respeto a Don Quijote, trataron de solucionar el problema de la forma más clásica. ¡Ya veremos! dijeron casi a dúo. Estaban en la tarea de inspeccionar el motor cuando oyeron un tremendo ruido, por precaución, se cobijaron dentro del coche y esperaron, con bastante susto en el cuerpo. Una gran polvareda se acercaba a toda velocidad, las dos a un tiempo dijeron: "Son los galeotes" y se escondieron bajo los asientos, en esto estaban y se quedaron profundamente dormidas. El sol, que siempre puntual se eleva en el horizonte, las sacó de su letargo nocturno, se miraron como preguntándose qué había pasado, salieron del coche, estiraron piernas y brazos, emergiendo de un mundo fantástico sin poder contestar pregunta.
Pusieron el coche en marcha ¡y funcionó! Después de medio centenar de kilómetros llegaron al hotel, el recepcionista, un poco mosca por el desaliñado que llevaban les preguntó quienes eran, ellas respondieron: "Dulce y Nea, vamos camino del Toboso, pero antes necesitamos una buena ducha".