Manuel Pérez Lourido
Educando durante la infancia
Hay una corriente de pensamiento que sostiene que los niños están demasiado consentidos hoy en día. Como nacen muchos menos que en otros tiempos y además los padres los tienen a edades más avanzadas, la tendencia mayoritaria es la sobreprotección. Así se explican modelos de crianza como el que incluye el colecho: compartir la cama con el bebé (algo que los pediatras, por razones de seguridad, solo aconsejan después de transcurrido un año de vida).
Leí en titulares que un psicológa defendía que se debía abrazar a un niño independientemente de su comportamiento. Es preocupante que haya que destacar que el amor está por encima de todo en la educación. Los niños necesitan abrazos igual que necesitan bofetadas, dicho esto último metafóricamente, por supuesto. La vida es una sucesión de ellas, de todos los tamaños y cuando menos te lo esperas. No tiene ningún sentido sobreproteger a los infantes, evitar que asuman responsabilidades de un modo gradual y proporcionado, privarlos de experimentar la frustación en pequeñas dosis y cuando es lo que resulta natural. Si pretendemos educar personas con buena autoestima, emocionalmente sanas, responsables y maduras, vamos a tener que dejarlas sufrir cuando les toque, no podemos funcionar como un escudo que con la excusa de la protección se revele como una iniciativa invalidante y castradora. Ojo, porque no siempre responderá al concepto de justicia el origen del sufrimiento, pero no lo es así tampoco en la vida adulta. Nuestra labor tiene que ser acompañar y explicar, enseñando respuesta asertivas a los sentimientos de dolor e injusticia, pero en ningún caso evitar a toda costa las decepciones.
Frecuentemente, cuando nos encontramos frente a un obstáculo que aparece de manera inesperada o simplemente cuando los planes no salen como los teníamos visualizados, escuchamos hablar sobre la "tolerancia a la frustración". A pesar de que la frustración se experimenta como algo aversivo y doloroso, no deja de ser un estado emocional normal y pasajero, incluso si las situaciones que la provoquen resultan obstáculos complejos. Cuando las cosas no están bajo nuestro control, es recomendable reconocerlo para cambiar la respuesta de evitación por una respuesta de aceptación y, en consecuencia, por acciones que nos permitan buscar alternativas ante el problema.
Dice un proverbio popular: "Si puedes cambiarlo, ¿por qué preocuparte? Si no puedes cambiarlo, ¿por qué preocuparte?" Se trata claro, de una generalización, pero en todo caso de una generalización reconfortante y no exenta de sabiduría.
Este artículo ha quedado un poco Paulo Coelho (quién le diera, en todo caso) y lo cierto es que desconozco la opinión del brasileño sobre el asunto que estamos abordando, pero quiero reivindicar antes de terminar las fuentes que he consultado para prepararlo, que se resumen en unos cuantos años de dedicación a la docencia y en la apelación sin reservas al sentido común.