El restaurante, una sala de techos bajos con varias ventanas por dónde se divisa el puerto pesquero, las barcas coloridas, las nubes ocultan parcialmente el sol que pelea por salir. Estábamos sentados con dos amigos y sus nietos que pasan parte del verano con ellos. (de forma voluntaria y feliz por ambas partes). Nuestra armonía contrasta con el bullicio de la mesa contigua, dónde está otra familia con sus dos niños.
Nuestro pequeño Gabi de 6 años, está leyendo un libro de aventuras, su hermana Carla de 4 juega ensimismada con un corsario y un dragón. En la otra mesa Jorge de 7 años maneja compulsivamente un móvil y su hermanita Eva de 5 está enrabietada porque no le han traído la consola, sus padres inmersos asimismo en sus respectivos Smartphone. Al no cesar los gritos de la niña, el padre se acerca al coche para traer “el dichoso aparatejo”.
La comida tarda demasiado, nuestros abuelos entretienen a los niños y también a nosotros con un arte que para sí quisieran los payasos de la tele. Por fin llegan las croquetas y el pescado, nuestros amigos se afanan en trocear y desespinar, alabando el género que los nietos proceden a degustar. La otra familia, recibe la comida pero siguen en el mundo virtual. Lejos de tranquilizarse, la pataleta continua, uniéndose los dos niños como "banda organizada”. No quieren comer, exigen un helado. Petición que es satisfecha al instante por los padres.
Por la tarde volvemos a coincidir en la playa, nuestros abuelos construyen castillos de arena y dejan que los niños los entierren con la única petición de poder seguir respirando. Pedro y Eva se acercan “picados por la curiosidad” y se apuntan al “entierro”. Mientras sus padres permanecen en las toallas fotografiándose en posturitas de instragramer.
Dos familias que educan a sus hijos de forma diferente, unos mantienen sus ojos enclaustrados en los “aparatos inteligentes” ante la evidente falta de imaginación de los padres. Los otros aprecian el placer de la lectura y el juego. Nuestros amigos y los padres de los niños (principales educadores) han transmitido que la comida no es un premio ni un castigo sino un buen hábito y un disfrute. Permitir el acceso a la tecnología en su justa medida, es compatible con el bien comer, la lectura o el disfrute con los amigos. Hay tiempo para todo y, también creo que es importante, saber decir que no y poner límites
Es enternecedor ver como nuestro amigo Juan Carlos (abuelo) que dicho sea de paso, no es un apasionado de la playa complace los gustos de sus nietos, rebozándose en la arena cuál croqueta y, es capaz de todo y más.
@novoa48