El frío arreciaba en el pequeño pueblo de las montañas de Ourense. La mayoría de las casas hace ya tiempo que estaban abandonadas, pero de una de ellas salía humo de la chimenea. Dentro María, Pepa y Lourdes, juegan a las cartas cómo cada tarde. Alternan la escoba y el burro, en los que cada día encuentran vetas de placer que a su edad les permite desconectar de la soledad que se había instalado en sus vidas.
La partida terminó al atardecer. Inician una coreografía dónde se ayudan unas a otras a ponerse la bufanda, el abrigo. María y Lourdes se van a su casa y Pepa, miró de arriba abajo a sus amigas, se quedó parada en el umbral, no pudo reprimir una lágrima viendo cómo se alejaban. A la luz de la lumbre, empezó a darle vueltas a la cabeza: Las tres estamos muy bien juntas, nos divertimos, hablamos de las cosas de antes del pueblo, de las cosechas, de los hijos……. A veces, cantan a pleno pulmón entrañables melodías gallegas.
Un sentimiento de vacío y tristeza la inundan. La cocina es el único lugar dónde puede estar en un ambiente cálido, el resto de su vivienda es imposible de calentar con su escaso presupuesto mensual. Habilitó un sofá cama pegado a la cocina de leña, que le permitía pasar la noche de la mejor manera posible.
Sus 75 años, los achaques (le duelen mucho los huesos, los hombros, las rodillas le fallan), pero sobre todo le aflige una dura enfermedad: le duele el alma. Pero se ha dado cuenta que cuando está un buen rato con sus amigas, se siente mucho más relajada, tranquila, la angustia disminuye, la escuchan y tiene a quién escuchar. Pero sobre todo son los únicos momentos en los que se siente vinculada a la vida.
Durante la mañana, mientras contemplaba la huerta, fue preparando un discurso, en el que hilvanaba los pros y contras de su propuesta: Compartir la vida en una sola casa. Coge su libreta de anillas y para no olvidarse, apunta en dos hojas todo lo que quiere transmitir a sus amigas.
Pepa, estaba satisfecha de sí misma, llegó a casa de su amiga Lourdes, sonrió y se recostó contra el respaldo de su asiento. Empezó a temblar, pero al mirar a su alrededor se sintió más segura, les entregó sus hojitas escritas con letras muy grandes e inclinadas.
Al acabar de leerlas María y Lourdes, estiraron las manos por encima de la mesa para coger las de Pepa. Las tres pares miraban fijamente esas, entrelazadas que habían vivido mucho, pero aún les quedaba mucho por vivir.
@novoa48