Mientras dedico mi tiempo a una nueva actividad del siglo XXI que, consiste en descargar las fotos de los móviles recopiladas en los últimos tres años, labor ardua y difícil, contemplo con tristeza al repasarlas como varias de las personas que figuran en el mosaico fotográfico ya no están entre nosotros. Alguna de ellas muy cercanas, cuya pérdida aún no hemos podido superar.
Creemos que estamos preparados, pero cuando llega el momento del fallecimiento y, bastante tiempo después cuando compruebas que sigue faltando esa persona en tú vida, los ojos se humedecen, miras sin mirar al infinito y, te dejas llevar por los recuerdos comunes que se han quedado huérfanos, aquellos detalles, las palabras y la vida compartida. Lo intentas pero no consigues evitar el dolor en lo más profundo de tú alma.
Intentas ser racional buscando el tránsito de las emociones asociadas a la tristeza y al dolor por la pérdida a otras de agradecimiento por lo vivido y compartido, las reuniones familiares, las tertulias de la mañana, los espacios comunes, las alegrías por lo conseguido por nuestros hijos e hijas, los chistes y las ocurrencias a veces incomprensibles.
Aquellos regalos que agradecíamos muy ilusionados y que después cambiábamos por repetidos. Las comidas mágicas con los habituales intercambios de comentarios gastronómicos con la chimenea de leña alumbrando al fondo.
Hay frases tan vacías con respecto a la pérdidas: “no te preocupes el tiempo lo cura todo” o aquella que intenta ser empática: “te acompaño en el sentimiento”. Pienso que el no decir nada, un simple abrazo, un beso, estar con…., facilitan que poco a poco vayamos aceptando una nueva situación que queramos o no a veces nos puede dar una oportunidad para estar con nosotros y con los demás de la mejor manera posible.
Debemos reengancharnos a la vida y, convivir con el impacto de lo sucedido. En definitiva reubicarnos en el mundo.