Un sábado de Julio, 100 personas acudimos a la boda que se celebraba en un lugar bucólico, 24 grados, día soleado, índice UV 8, los más atrevidos llevan gorra Indumentaria que atenta contra los cánones del buen vestir. Yo, con mi calvicie presente, decido tapar la cabellera con el fular de mi cuñada que muy amablemente me ofrece, prescindiendo ella un poco de su buen estar y belleza.
La ceremonia se celebra entre las emotivas palabras de la novia, así como el buen humor que irradiaba el novio. Los amigos contaban múltiples anécdotas, el verificador (concejal del ayuntamiento) certificaba el evento. Mientras tanto un dron desde lo alto captaba todas las imágenes, eso sí, amenazado por dos gaviotas patiamarillas, que muy enfadadas, gritaban desafiando al intruso, haciendo acrobacia aérea (caídas en picado, volteretas). Hay que destacar la gran habilidad del piloto que consiguió evitar daños a la nave no tripulada.
Pasamos a los aperitivos, ya son las 2 de la tarde, no sin antes observar como varios de los presentes tenían la cara encendida o la espalda al rojo vivo al no haberse protegido adecuadamente. En el salón, al atardecer no fue necesario encender las luces ya que los afectados iluminaban perfectamente la estancia.
Yo, y mis circunstancias alimenticias que me limitan determinados productos, al ver una bandeja con verduras de todos los colores me acerqué a ella con ánimo de probar bocado, pero fue imposible, surgió de pronto una chica que se agarró a la bandeja como el oso panda al bambú y, amablemente me dijo que estaba destinada exclusivamente para los que se habían apuntado a la dieta vegetariana. No me quedó otra que refugiarme en el pulpo como animal de compañía, rico, rico, rico…
Son las 2 de la mañana, entre guirnaldas y confetis, contemplo como los invitados están dispersos por grupos, unos cantando oliñas veñen, otros el no puedo vivir sin ti de Coque Malla. Los hay que filosofan con una copa en la mano sobre lo divino y lo humano. Los más atrevidos se montan en la máquina diabólica de las bodas, una plataforma giratoria que no para de dar vueltas mientras los que se apuntan intentan poner en práctica los movimientos y gestos más originales que en la práctica sacan tú peor versión.
A lo lejos observo a un invitado arrodillado, mirando hacia el mar dando un breve discurso, echando una bendición al aire y a las gaviotas que volaban hacia las islas cíes. Más tarde me dijo que era un rito propiciatorio para garantizar la felicidad eterna de la pareja. ¡Vivan los novios!