Cada semana, me afano en ver las sesiones de control al Gobierno, las comparecencias de los grupos que interpelan a los que ejercen el poder, con la esperanza de descubrir, por una vez, como el Parlamento ejerce su labor de forma eficiente.
Cada semana, mantengo la esperanza de escuchar alguna respuesta sobre un asunto de interés nacional o una pregunta inteligente que ponga en apuros al ministro de turno. Pero, cada semana, sucede lo mismo. Nada de nada. Solo reproches que, en nada ayudan a la resolución de los asuntos de interés general.
La política consiste en ejercer el poder para resolver los problemas de los ciudadanos. Sin embargo, desde hace un tiempo, se ha convertido en un tremendo lodazal, un enorme circo mediático de gente mal avenida a la que lo único que le importa, es dañar al adversario. Es decir, la política española se está convirtiendo en una guerra entre dos familias que luchan por hacerse con la mayor parte del poder.
Ello ha provocado que mucha gente esté totalmente distanciada de la política, a pesar de que la cosa también va con ellos. Otros, por el contrario, tratan de implicarse para, cuando menos, estar informados, pero acaban conformándose con que sean los propios, los que aticen con más fuerza a los otros. Esto, es lo que, hoy en día, se llama polarización.
Quienes ejercen el poder, y quienes tienen la responsabilidad de controlar al que lo ejerce, tienen una gran responsabilidad, no es una cosa menor. Y, en tal ejercicio, es entendible que todos puedan cometer errores.
El problema surge cuando los errores son las mentiras, los casos de corrupción, el desprecio de la democracia, el incumplimiento de los compromisos electorales, o responsabilizar al contrario de los errores propios. El problema aparece cuando, en vez de esforzarse para resolver los problemas del país, se dedican a comparar los errores de cada uno, tratando de tapar el último con el anterior.
El problema, en definitiva, es que la política se ha convertido en una pasión. La pasión es, posiblemente, uno de los sentimientos más intensos que puede experimentar el ser humano. Lo definió perfectamente Pablo Sandoval, cuando le explicaba a Benjamín lo que era la pasión. "Se puede cambiar de cara, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no se puede cambiar: no se puede cambiar de pasión". ¡Qué gran verdad!
Y eso nos pasa con la política, es una pasión que nos ciega y no permite que veamos los errores de los propios, solo los de los adversarios. Nos pasa a todos, a los que ejercen el poder, a la oposición y a los ciudadanos.
Por eso, cada miércoles, en cada sesión de control, la oposición dice lo que le viene en gana y el gobierno le responde lo que le parece. Por eso pueden seguir mintiendo y convirtiendo las instituciones en el lugar de defensa de asuntos propios, porque saben que lo que nos mueve a todos es una pasión.
Y por eso, todo seguirá igual mientra, en la política, igual que el fútbol, todo ocurra en el campo de la pasión. Mientras continúe instalada ahí y no pase al terreno de la razón, no hay nada que hacer. Mientras no veamos la política como una actividad para todos, dejando las camisetas de lado y sin pasión, seguiremos igual. Y ellos encantados.