En las elecciones americanas perdió el Partido Demócrata, perdió la señora Harris y perdieron las celebrities, los cantantes y actores del culture club, perdieron los supermillonarios tecnológicos, la Costa Este, California y finalmente perdieron sin paliativos las más importantes cabeceras de la prensa americana y la mayoría de las cadenas de TV.
A este lado del Atlántico todos fueron detrás repitiendo consignas mientras apacentaban audiencias tal como lo hemos leído, visto y escuchado en nuestro país. Para todos los súbditos del Imperio anunciaron al mundo que las encuestas estaban apretadísimas. Empate justísimo, dixit: solamente dos de las decenas o cientos realizadas en la campaña electoral daban ganador a Trump y pasaron desapercibidas.
En cambio, los gurús de la Bolsa más outsiders lo describieron así antes del día D: la Bolsa dice Trump, no sé cómo lo sabían. Mientras, el establishment lanzaba a los cuatro vientos que las elecciones estaban muy reñidas a sabiendas de que estaban tomándole el pelo a sus propios lectores y de paso a todos los demás. Y lo hicieron día tras día.
Las democracias son sociedades de opinión y, como la Justicia, la comunicación se tiene que desenvolver con independencia y libertad. Apañados estamos si no hay editores ni periodistas que se dediquen a la búsqueda y confrontación de la verdad, contando siempre con la natural dispersión de la tendencia editorial con la que se presentan a los lectores.
Parece que en estas elecciones el gran periodismo americano de extraordinaria tradición independiente se dedicó a apoyar a Kamala Harris en su gran mayoría mientras que su contrincante era atacado sin piedad. Malas lenguas afirman que se observó una diáfana connivencia entre la información publicada y las necesidades del aparato electoral de la candidata.
El abultado resultado a favor del fascista y machista genera preguntas sobre qué es lo que han presentado a sus lectores o qué es lo que han publicado durante los últimos años estas redacciones. Posiblemente hayan adoptado como manual de estilo las denominadas ideologías de lasminorías: machismo, aborto, poder LGTBI, racismo, inmigración, cambio climático y otros cuantos temas de los que un día sí y otro también lanzaron desde sus púlpitos.
Estos púlpitos parece que no recogieron en ningún momento de la campaña el ideario del Partido Demócrata: cercano a los trabajadores y a la pequeña empresa, a la clase media, cercano al empleo, a la salud y seguridad de la mayoría de la población que había perdido poder de compra con Joe Biden por la inflación, cercano a los ciudadanos de menores recursos que vieron amenazados muchos puestos de trabajo de baja cualificación por la inmigración masiva. Sin olvidar aquella proporción de ciudadanos que miran la menguada grandeza de EEUU también en el estratosférico volumen de Deuda americana con el consiguiente peligro que acarrea su financiación global.
¿Sería todo esto abandonado por los medios al compás de la campaña electoral? Kamala Harris en los mítines abundaba en aquellos términos ideológicos mientras iba clasificando a los ciudadanos en compartimentos identitarios. Es posible que tanto las cabeceras como el Partido y su candidata dejaran a un lado el antiguo programa y en su lugar fomentaron y abanderaron esa ideología con orígenes universitarios: es decir, con orígenes en la teoría y por tanto fuera del mercado, fuera del ámbito en donde se aplican decisiones operativas para beneficio del máximo de ciudadanos utilizando los más mínimos recursos.
La denominada ideología woke formaba parte de la base de la campaña y la lanzaron una y otra vez: un sectarismo contra el ciudadano normal que, sin comerlo ni beberlo, se ve asediado por esta monserga.
Consecuencias. Estos medios ridiculizaron al candidato republicano y a sus votantes de manera absolutamente sectaria sino totalitaria, con una soberbia insondable que los ha llevado a faltar clamorosamente al espíritu y letra del bordado en la pared del Albuquerque Sun: solamente la prensa amarilla publica noticias y datos a sabiendas de que no son ciertos. Con la decantación unilateral y avasalladora a favor de la candidata Harris acabaron formando parte de la campaña electoral, si no eran su punta de lanza.
Es posible que en estos últimos años -al compás del Bienestar del Estado- el periodismo se haya abrazado de tal manera con el Poder político que ha provocado una sociedad de opinión mediatizada por la cercanía entre redacciones, editores y la Política. En una sociedad como la española en donde las Cuentas Públicas recogen desde hace 30 años la inmensidad del gasto que sigue creciendo, el Poder político y su Deuda dispone de dinero a discreción para erigirse en el suministrador financiero que permite aguantar cabeceras en problemas mediante la opaca aportación de subvenciones y convenios.
Estas cabeceras o canales o emisoras pueden entrar así a formar parte de la cuadrapalmera del Partido. Es más, regados con dinero público existen de aquella manera en toda la administración autonómica decenas de canales de tv y decenas de radiosa la voz de su amo político: un despropósito antidemocrático incomparable a causa del sudamericano gasto público político, de resultados nefastos también para los balances de medios privados.
A mí, la consecuencia que más me gusta de estas elecciones es el grado de libertad e independencia que tuvo el ciudadano americano a la hora de votar, porque votó en contra de todos los telediarios y de todas las editoriales, artículos, entrevistas prime time y en contra de todas las primadonnas del show mediático. ¿Qué votó? Economía y control de la inmigración (siendo un asunto moral, una cuestión ética, también lo es económica), un voto que constituye una lección inapelable que el ciudadano le da al Poder dentro de la primera potencia mundial. TELL THE TRUTH. No se equiwoken.