Mi refugio en A Tomba

24 de marzo 2025

Puede aparecer un camachuelo posado entre las ramas más altas, o un pito ibérico ascendiendo con calma por la corteza. A veces, el arrendajo rompe el silencio con su grito áspero

A veces no hace falta alejarse demasiado para encontrar naturaleza, belleza y calma. A solo unos minutos del centro de Pontevedra, los montes de A Tomba ofrecen todo eso y más: senderos sombreados, miradores espectaculares, y una sensación de silencio que cuesta encontrar en otros lugares.

Recuerdo la primera vez que me adentré por sus senderos. No llevaba prismáticos, no sabía muy bien qué buscaba, pero aun así volví a casa con la cabeza llena de trinos y la sensación de haber estado en otro mundo.

Voy allí a menudo. No es solo por las especies que pueden verse —aunque son muchas—, sino por la sensación de paz que se respira. El bosque lo envuelve todo: pinos, castaños, anchos caminos cubiertos de hojarasca. A medida que se avanza, se suceden los olores del monte, la luz que se filtra entre los árboles y, por supuesto, los sonidos. A veces se escucha un tamborileo y es el pico picapinos; otras, un silbido fino del reyezuelo listado, tan diminuto como incansable. Hay días en los que aparecen mitos, herrerillos, agateadores, petirrojos o chochines, cada uno con su ritmo, su canto y su modo de moverse.

Ferreiriño azul (Cyanistes caeruleus)
Ferreiriño azul (Cyanistes caeruleus)Aida García

En una mañana cualquiera, puede aparecer un camachuelo posado entre las ramas más altas, o un pito ibérico ascendiendo con calma por la corteza. A veces, el arrendajo rompe el silencio con su grito áspero; otras, un busardo ratonero sobrevuela los claros en espirales lentas.

Lo que más me gusta es que no hay que esforzarse mucho para disfrutarlo. Basta con caminar sin prisa, dejar que el oído guíe y prestar atención a los detalles. Cada paseo es distinto. A veces vuelves con una lista larga de avistamientos; otras, con un momento especial: un gavilán cruzando en silencio, un petirrojo que se queda más de la cuenta o un grupo de luganos picoteando en los arbustos.

No sé cuántas veces he recorrido sus senderos, ni cuántas más volveré. Pero sí sé que A Tomba tiene algo especial. Es ese tipo de lugar que, sin necesidad de buscarlo, termina formando parte de tu rutina. Un lugar al que se vuelve con gusto, con ganas de ver —y de ver(se)— con calma.

Paporrubio
PaporrubioAida García