Ante el rechazo del Papa Dámaso a recibir a Prisciliano y los obispos Instancio y Salviano, se dirigen a Milán para entrevistarse con San Ambrosio, quien también se niega a hablar con ellos.
Ante la reiterada negativa de las instituciones eclesiásticas para atender sus quejas, Prisciliano se dirigió a la Cancillería Imperial, de donde había salido ese reescrito que los había expulsado de sus iglesias. Parece ser que llegó a sobornar a un cargo administrativo de importancia pidiéndolo que anulase ese reescrito, cuestión que consiguió y recuperaron sus cargos, volviendo a ocupar sus sedes episcopales.
Pero lejos de conformarse con este golpe de fortuna, lo que deseaba Prisciliano era vengarse de su principal acusador, Itacio de Ossonoba. Tan pronto llega a Hispania acusa a Itacio de calumnias, un grave delito en aquella época.
Itacio de Ossonoba se ve acorralado y huye a la ciudad alemana de Tréveris que es a su vez donde se instalará el emperador Magno Clemente Máximo, conocido como “El Usurpador”, pues llegó al trono asesinando al emperador Graciano.
Hasta Tréveris llega Prisciliano, pronto constata que para él es un territorio hostil. El emperador, una vez escuchadas todas las partes, ordena conducir a todos los encausados a la ciudad de Burdeos.
En el año 384 se celebra el concilio de Burdeos con la participación mayoritaria de obispos de Aquitania. Como acusadores los obispos Idacio e Itacio y los acusados Prisciliano e Instancio.
Sabedores de que no va a ser un concilio ecuánime, pues desde antes del comienzo del mismo ya están condenados, sucederá un hecho insólito. Después de condenar a Instancio al exilio a unas pequeñas islas inglesas, Prisciliano hace lo peor que puede hacer y es invocar al emperador, pedir auxilio a un usurpador que nadie reconoce como emperador y que no va a apoyar a Prisciliano ya que necesita alianzas con todos esos que se pueden convertir en sus enemigos, la Iglesia y otros estamentos.
Si prisciliano hubiese dejado que fuese el tribunal eclesiástico quien lo condenase por herejía, la pena sería su deposición del cargo de obispo y la expulsión de la ciudad. El someterse a un tribunal secular por la vía civil el delito estaba castigado con la pena capital.
De nuevo es trasladado Prisciliano a Tréveris donde, en el año 385, dará comienzo el proceso judicial que ya no será de herejía si no de “maleficium”, un delito perseguido por el poder secular.
Prisciliano pensaba que se trataría de un juicio no inquisitivo y que no sería sometido a tortura. El obispo Itacio de Ossonoba ejerció de acusador.
Tras ser torturado a Prisciliano no le quedó más remedio que reconocer todo de lo que lo acusaban. Así reconoció su interés por los conocimientos de magia, las reuniones nocturnas con mujeres licenciosas y practicar la oración desnudo.
Esta confesión, según la interpretación de la acusación, suponía una clara demostración de maniqueísmo, a esto se le unió la de conducta indecorosa impropia de un obispo y, además, desorden moral. Todos los cargos juntos confirmaron la acusación de “maleficium” (brujería), delito que estaba castigado con la pena de muerte.
(Continúa…)