La determinación del PSOE de no exponer al presidente del Gobierno en la réplica a Feijoo en el fallido debate de investidura, resultó ser una decisión estratégica y, ciertamente, acertada. No se puede decir que no se tratase de una iniciativa arriesgada y, en cierto modo, discutible, pero debemos concluir que fue muy inteligente.
El principal argumento era que, en realidad, no se trataba de un debate de investidura, sino de un acto de propaganda y consolidación del líder del Partido Popular. Un lavado de cara de Feijoo, incluso, si cabe, más hacia dentro que hacia fuera del partido, con la única intención de reforzar su liderazgo y ganar algo de crédito ante los medios de derechas.
Por tanto, ante una situación así, no tenía mucho sentido que el PSOE contribuyera a blanquear la imagen del adversario. Y lo ha logrado, provocando la ruptura de la relevancia política del debate que le quería dar Feijoo, al no permitir un cara a cara con el presidente del gobierno.
A Pedro Sánchez se le pueden reprochar muchas cosas, pero la capacidad de supervivencia no, y en esta ocasión, ha demostrado mucha habilidad manteniéndose al margen en la disputa con Feijoo.
Además, el partido estuvo muy bien representado por Óscar Puente, con una interpretación brillante, cargada de ironía, pero sin perder la visión de la realidad y, lo más importante, sin decir una sola mentira.
La cara de Feijoo en el escaño lo decía todo, y fue la mejor prueba del acierto argumental del diputado socialista. Hacía falta que alguien le pusiera las cosas claras de una vez por todas, exponiéndolo ante el espejo de sus propias mentiras.
Su intervención sirvió para marcar la posición del PSOE frente a la tibieza del PP, y también para definir una postura de fuerza ante la vieja guardia socialista. Pero, sobre todo, fue un guiño a los votantes, los simpatizantes y las bases del partido, tendiendo puentes con ellos que se sienten más cerca del lado de Pedro Sánchez, que de la banda que aglutinan las viejas glorias, convertidos en resentidos que rezuman odio y un olor a naftalina que atufa.